13 December 2006


POLÉMICA

Con cierto retraso, posteo la respuesta de Jorge Frisancho a Héctor Ñaupari sobre un artículo que publiqué, en primera instancia, en este blog. Ademas, agrego el descargo de Ñaupari y la segunda respuesta de Frisancho. Por otro lado, incluyo una lucida acotación a dicha polémica realizada por el poeta Rodolfo Ybarra.

RESPUESTA A HÉCTOR ÑAUPARI:

Héctor:Aceptemos tu metáfora: el escritor peruano está desnudo. Pero, ¿está desnudo por ser escritor, como tú pareces sugerir, o está desnudo por ser peruano? Es decir, la desnudez del escritor peruano —su “carencia de una estructura mínima que lo represente, que defienda sus intereses y lo resguarde ante las múltiples vicisitudes y necesidades que lo acosan”—, ¿no es la misma que aqueja a la inmensa mayoría de sus compatriotas? ¿No estamos todos, salvo el puñado que lleva la sartén por el mango, en el mismo estado de miseria y desprotección, social y políticamente hablando? Yo digo que sí; yo digo, y me parece obvio, que reclamar para el escritor, en tanto que escritor, un estatus que la sociedad peruana niega a prácticamente todos sus demás miembros es no sólo ingenuo sino elitista. Los escritores no nos merecemos trato especial, aunque haya tantos que así lo crean; todos los peruanos requieren y merecen esas vestimentas que reclamas, y algunos, me parece, las requieren y las merecen con mucha más urgencia que tú y que yo. Por lo demás, me parece erróneo, e incluso malintencionado, culpar a los escritores de este estado de cosas. Tu ensayo sugiere que el primer paso para solucionar el problema es tornar la vista hacia el público y volvernos más adeptos en nuestras respuestas a sus necesidades y demandas. La primera pregunta que hay que hacerse es ésta: ¿cuál público? Si hablamos de un público “nacional” o “interno”, creo que la respuesta la das tú mismo: ese público no existe. La sociedad peruana es una sociedad que no lee. Pareces creer que es posible cambiar esa situación de la noche a la mañana escribiendo sobre mitos andinos o sobre Nicolás de Piérola (ambos empeños, en mi opinión, loables). Esto es iluso. Las razones por las cuales el Perú no ha generado un público lector estadísticamente significativo son razones de fondo, estructurales e históricas, y no tienen nada que ver con los temas de nuestra literatura; por el contrario, estos temas son en parte el resultado de las condiciones en las cuales se escribe en el Perú, entre ellas la precariedad del escritor como agente social y el aislamiento de la práctica literaria con respecto a otras formas de intervención en el espacio colectivo. Generar un público “nacional” para la literatura no es algo que un libro, o dos, o tres, puedan hacer por su cuenta, no importa cuán buenos sean. Habría que reformar el sistema educativo, cambiar los hábitos de la gente, transformar profundamente la vida mental de los ciudadanos, y por último luchar contra la expansión de una cultura en la que la palabra impresa va perdiendo prestigio y eficacia frente a otras formas de comunicación y expresión, nada de lo cual puede lograrse desde la literatura misma. Y si hablamos de un público “internacional” o “externo” (¿y por qué no habríamos de hacerlo, cuando el mercado reconoce cada vez menos esa distinción?), pues entonces el camino que sugieres es incluso contraproducente. El mercado global tiene cada vez menos espacio para tales localismos; la tendencia, por el contrario, es hacia la homogeneización de las experiencias, los estilos, las maneras de percibir y contar. En ese sentido, “matarifes” y “nefelíbatas” tienen más posibilidades de encontrar respuestas positivas —de encontrar, en otras palabras, el público que reclamas— que el concienzudo novelista histórico que pereces estar imaginando. De hecho, déjame decirte que, en mi opinión, las fuerzas que están generando la abundancia de “matarifes” y “nefelíbatas” que tanta alarma te causa son, precisamente, fuerzas mercantiles, y que tu idea de entregarnos con realismo y resignación a los flujos del mercado sólo terminará por producir más de lo mismo, para bien o para mal. Independientemente de si uno deba resistirse o no al mercado, entrar en él con entusiasmo o mantenerse tan al margen como sea posible, una cosa sí debe ser clara: las dinámicas comerciales no son, ni pueden ser, la base de ninguna distinción estética, porque son estéticamente neutras. No dicen nada sobre la calidad de un texto, sobre su poder expresivo, sobre su belleza, sobre su conexión con el espíritu de los tiempos, cosas todas ellas que están en el centro de la actividad literaria. Hay libros a los que les va relativamente bien en el mercado internacional que merecen mucho la pena, libros que hacen el mundo mejor por haber sido escritos, libros que nos tocan y nos conmueven y nos enseñan cosas; hay libros que venden mucho y son una buena mierda. Lo uno, y esto debería ser evidente también, no tiene que ver con lo otro. El mercado no existe para hacer esos distingos, sino para poner en circulación mercancías y generar ganancias. En esa medida, creo que centrar nuestra atención en el mercado como ente organizador de la existencia del objeto literario es en el fondo una pérdida: lo que se pierde es todo aquello que está presente en la mejor literatura pero no tiene que ver con el comercio de libros. Quedan muchas cosas por decir, pero termino con ésta: dices que “sin lectores, no hay escritores”, y que el Perú, para la literatura, es “tierra yerma”. Ambas afirmaciones son falsas. El Perú, una nación sin lectores, ha generado muchos y muy buenos escritores a lo largo de su historia, y quizás lo continúe haciendo. A pesar de las deficiencias de su mercado interno (que no afectan únicamente a la literatura), la debilidad de sus clases medias, los muchos fracasos históricos que se le acumulan, ha sido tierra fértil para la escritura. Y no es el único caso. Quizá, en el fondo, ambos términos de la ecuación no estén tan interconectados como parece a primera vista. Quizá, quiero decir, el público no importe tanto como piensas.

Afectuosamente,

Jorge Frisancho.

DE LAS RESPONSABILIDADES DEL ESCRITOR PERUANO


Respuesta a Jorge Frisancho
Héctor Ñaupari

Estimado Jorge:

Antes que nada, considero que el solo hecho de debatir sobre la situación del escritor en el Perú de un modo tolerante, comprometido y al mismo tiempo abierto, es saludable y necesario. Hoy, que la escena literaria local está tan llena de mediocridad y bajeza en cuanto a obras y críticas, que nos pongamos a pensar en nuestra condición de escritores sin caer en el insulto racista y en la anónima infamia ya es un avance importante.

Ahora bien, el que la mayoría de nuestros compatriotas compartan la misma condición de indefensión no nos libra a nosotros de la responsabilidad de enfrentar las carencias que exclusivamente nos conciernen. Así las cosas, el mío es un llamado a la acción para cambiar la situación en la que los escritores peruanos nos encontramos. Pero ese llamado no significa que haya pedido que la sociedad peruana nos otorgue graciosamente ese status que mencionas. Por el contrario, eso tenemos que lograrlo por nosotros mismos. Tenemos que conquistarlo con sacrificio y esfuerzo. Si en esa empresa logramos ayudar a otros compatriotas, enhorabuena. Más aún, pensar que el sentido de la urgencia de otros es la excusa para que los escritores pospongamos nuestros propios esfuerzos de institucionalidad y conquista de lectores es un error y el mejor modo de mantener el status quo que, estoy seguro, ambos condenamos. Más claro: no podemos escondernos en las faldas de los problemas sociales del Perú y no hacer nada para resolver, por lo menos, los nuestros.

En ese orden de ideas, no es ni erróneo ni malintencionado extender la cuota de responsabilidad que tenemos –y en ello me incluyo, por cierto– los escritores en esta nefasta situación. Asumamos que la reforma del sistema educativo –propuesta que mencionas– sea una de ellas. Pasas por alto que muchísimos escritores y poetas han sido y son maestros, y que los profesores de colegio y universitarios, sindicados o no, tienen una orientación de izquierdas, siendo receptivos por tanto a los literatos de esa tendencia, mayoritaria en nuestra patria. ¿No podrías por lo menos admitir que los escritores/maestros tienen una pequeña porción de responsabilidad en el desastre educativo nacional? ¿No ha dependido de ellos, en los últimos cuarenta años cuando menos, cambiar en alguna medida, los hábitos de lectura de sus alumnos?

Y el hecho de que estén mal pagados o peor comidos no es, ni por asomo, una excusa: muchísimos pueblos sobrevivieron a peores desgracias que las nuestras, aferrándose desesperadamente a su cultura y a su literatura, cuando eran bombardeados, masacrados o aplastados por tanques. Otros tantos no tuvieron por centurias ni un territorio, y sólo por medio de sus escritores y poetas hallaron consuelo a su vida de apátridas. Me parece que quieres darle a los problemas nacionales una magnitud mayor a la que en realidad tienen –y no por ello digo que sean fáciles de resolver– y ningún valor al empeño y voluntad de los escritores para resolverlos. Problemas muy grandes, pueblos muy débiles: el resultado es la conservación del status quo.

Por otro lado, es importante anotar que el cambio de hábitos de los peruanos es un tema a explorar: el mismo peruano que aquí no lee, se pasa las luces rojas y evade los impuestos, es un concienzudo lector y respetuoso de normas y obligaciones cuando vive y trabaja en el extranjero. Casi tres millones de personas son la prueba que te presento de ese cambio. Entonces, ¿no era que es muy difícil cambiar al peruano? ¿No será que en un ambiente propenso al progreso material –lo que supone el implícito reconocimiento que el denostado mercado funciona– y al respeto a los derechos, hasta los peor acostumbrados cambian?
En cuanto al mercado extranjero, por el contrario, querido Jorge: si te das cuenta, las principales novelas y best sellers tienen que ver con las biografías noveladas de héroes históricos de lugares tan locales como Japón o España; otro tanto, con las sociedades secretas como las que aquí han abundado. Ninguno de los temas de nuestros matarifes y nefelíbatas. Una vuelta por las escasas librerías limeñas es prueba de lo que afirmo. ¿Acaso las vidas de Atahualpa, Cahuide o la muerte de Pizarro, o más cerca, la bohemia vida de Felipe Pinglo o de Luis Pardo el bandolero, siempre a salto de mata, no son dignos de novelar, y sólo el paseo consabido por las deplorables calles de La Colmena y los acanallados hoteles de La Victoria sí son estéticamente apreciables?

Ahora, asumir que la abundancia de los matarifes literarios es resultado de las fuerzas mercantiles es un error palmario. Todos estos expositores de vísceras tienen en Bukowski su líder espiritual, quien no es precisamente un defensor del libre mercado literario. Por el contrario, el viejo Hank se estaría revolcando en su tumba con tantos hijos no reconocidos y, lo que es peor, sin una pizca de su inflamado talento. Por lo demás, Bukowski mismo es un escritor de culto y no uno de best sellers.

Sí estoy de acuerdo contigo en que las dinámicas comerciales no son la base de la apreciación estética y sus distinciones. No he afirmado una cosa como aquella. Lo que no podemos hacer es negar su existencia. Sí soy un creyente en que, del mismo modo en que el escritor o el poeta introduce expresiones en la lengua vulgar de sus coetáneos, liderando con ello sus principales tendencia de cambio, también su obra, en tanto más bella, o estéticamente espléndida, termina siendo apreciada y por ende adquirida.

Que el Perú, nación sin lectores, siga produciendo magníficos escritores, es más una verdad a medias. Cuántos buenos escritores se pierden en esa reproducción de la pobreza que va del padre al hijo analfabeto en el Perú. Cada vez tenemos menos memoria y conciencia histórica, la cual es reemplazada por ese fundamentalismo vulgar que no critica sino impone, tanto de la izquierda como de la derecha. Esas carencias nos demandan un esfuerzo: esa creación heroica que Mariátegui reclamaba. Y el heroísmo no es otra cosa que la acción extraordinaria de mujeres y hombres ordinarios, como los escritores por ejemplo. Entonces, para nosotros, esa creación heroica es una sola tarea: tenemos un pueblo que educar y hacer leer. Entonces, querido amigo, los lectores, que no son otros que el pueblo, sí importan.

SEGUNDA RESPUESTA DE JORGE FRISANCHO A HECTOR ÑAUPARI

Héctor, No tengo nada en contra de lo que llamas los “esfuerzos de institucionalidad y conquista de lectores” por parte de los escritores peruanos (o de cualquier otra nacionalidad), al menos no en principio. Mi carta respondía a tus palabras anteriores, aquello de que los escritores peruanos “no son considerados como líderes de opinión —tal cual ocurre en todos los demás países del mundo civilizado—” debido a que “no tienen manera de definir su propia situación (…) ni un aparato intelectual o siquiera unos instintos que les permitan encontrar su lugar en los procesos políticos, económicos y sociales de nuestro país”. No creo que se trate de la misma cosa. Lo uno, lo de la institucionalidad y los lectores que deben ser conquistados, está muy bien; lo otro, lo de los líderes de opinión y el lugar del escritor en los procesos políticos, económicos y sociales, me pareció al leerlo (y me continúa pareciendo) la insinuación de un estatus de privilegio para los practicantes de literatura, algo que no comparto y considero pernicioso (para la literatura misma tanto como para la sociedad). Quizá podemos estar de acuerdo ahora en que no es eso lo que pides y salvar así el malentendido. Lo que sí dices, sin embargo, es que la urgencia de los problemas sociales del Perú “no nos libra de enfrentar las carencias que exclusivamente nos conciernen”. Esta afirmación me parece inobjetable en sus intenciones pero esconde, creo, un equívoco. El equívoco está en la palabra “exclusivamente”. Parte de lo que estaba tratando de decir antes, y perdóname si no he sido claro, es que esa exclusividad de la condición del escritor en el Perú tiene un alcance limitado, y que los problemas que aquejan a la práctica de la literatura en nuestro país tienen que ver, de manera fundamental, con situaciones estructurales mucho más amplias, que no pueden ser resueltas desde la literatura misma. Podremos agremiarnos, institucionalizarnos y salir a la caza de lectores; podremos, incluso, vender una aceptable cantidad de tal o cual título; no habremos solucionado nada. La creación de un auténtico mercado literario, uno que sea sostenible en el tiempo, depende de otras cosas. No he querido sugerir que debamos, como dices, “escondernos en las faldas de los problemas sociales del Perú”, sino todo lo contrario (una vez más, me tendrás que disculpar la falta de claridad). Lo que creo es que si uno tiene que hacer llamados a los escritores, si este tipo de intervención es válida y ha de tener sentido, es sólo como parte de un impulso más general y más abarcador que se enfrente a los problemas de fondo y les busque soluciones, más allá (mucho más allá) de aquello que nos atañe “exclusivamente”. No sé cuál es la forma que ese llamado debería tener (al fin y al cabo, no soy yo quien lo lanza), ni cuáles habrían de ser los siguientes pasos, pero si sé que sin él estas palabras —las mías, las tuyas— carecen de contenido real, porque se refieren apenas a la flaca superficie de las cosas y oscurecen las dinámicas y los procesos que las determinan. (Puedes llamar a esto maximalismo, si quieres; hay ocasiones, y ésta es una de ellas, en las que el maximalismo es útil y necesario). En todo caso, creo que ese llamado debe apelar a nuestra condición de ciudadanos mucho más que a nuestra condición de escritores, y en esa medida abarcar a muchas más personas, personas para las cuales la literatura no es, ni de lejos, el tema central. Lo que acabo de escribir se aparta un poco de los términos en los que planteas la conversación, referidos en buena cuenta a lo que crees debe ser el tema de nuestra literatura. En ese terreno, no tengo nada que objetar: es verdad que nos hacen falta buenas novelas históricas y que no hemos tenido grandes relatos de aventuras, como no hemos tenido, entre muchas otras cosas, novelas cómicas ni narrativa fantástica (dicho sea de paso, habría que preguntarse por qué esto es así, más allá de anotar o denunciar el hecho). Añadir todo ello al canon nacional sería estupendo. Incluso es posible que una diversificación temática ayude a aumentar marginalmente los volúmenes de venta de libros peruanos en el mercado local y en el internacional. Lo que no entiendo es por qué piensas que eso solucionaría la fragilidad de la condición de escritor en nuestro país, haciendo de la literatura algo mucho más central a la vida de la gente. Pareces creer —y lo decías, con otras palabras, en tu intervención inicial— que existe un amplio público objetivo listo para recibir con brazos y bolsillos abiertos estos libros de variado tema aún por escribirse, y que nos atañe como autores salir a su encuentro. Una y otra cosa me parecen erróneas. Lo primero —la existencia de ese publico expectante, capaz de sostener un mercado auténtico y dinámico que lleve a la profesionalización del escritor si tan sólo fuéramos capaces de escribir los libros que quiere leer— se me hace muy dudoso. El desarrollo de un mercado interno en el Perú (y no me refiero aquí sólo al mercado literario) tiene ya más de dos siglos, y sus déficits estructurales son el producto de esa historia. Su transformación no depende de proponerle “mejores” productos; si la cosa fuera tan simple, estaríamos salvados, y el Perú sería un país muy distinto. Lo segundo —la idea de que nos toca salir al encuentro del público y escribir los libros que la gente quiere leer— se me hace peligroso. Las razones son muchas, pero te digo una: se me hace peligroso porque impone la lógica mercantil no ya en el momento de circulación y distribución de libros, sino en el momento de su concepción y creación, donde, creo yo, los criterios dominantes deberían ser otros. Una cosa es que a un libro le vaya bien, se venda, y permita a su autor disfrutar de ciertos beneficios; otra, muy distinta, que ese autor se siente a escribir con los ojos puestos no en la página, no en el lenguaje, no en la tradición, no en la literatura misma, sino en la posibilidad de que tales beneficios se materialicen. Me doy cuenta de que la distinción que estoy tratando de hacer es un poco romántica. A fin de cuentas, los libros son mercancías, y en el mundo en el cual nos está tocando vivir esa realidad tiende a sobreseer todas las demás. Sin embargo, quiero empeñarme en mantener la diferencia, porque me parece necesaria si es que la literatura ha de sobrevivir en los términos en los que la conozco y la amo. Quiero empeñarme en mantener la diferencia, digo, entre la creación de textos literarios y la comercialización de los objetos que los contienen. Si esa diferencia no se mantuviera, si la naturaleza del libro como mercancía fuera la realidad primordial a la que debemos responder como escritores, pues entonces nuestra escritura dejaría de ser la expresión artística de una sociedad y de ciertos individuos dentro de ella, y se convertiría en un producto de consumo indiferenciado e indiferenciable, en esencia, de cualquier otro. Ya sé que no es esto lo que promueves, pero quiero decir que este riesgo es mucho más serio de lo que parece cuando uno empieza a ver las cosas en los términos en los que tú lo haces.

Afectuosamente, Jorge

EL ESCRITOR PERUANO ESTÁ HECHO UNA MIERDA

Por Rodolfo Ybarra


¿El escritor peruano está desnudo? ¿Es hora de decírselo? No entiendo qué es lo que se quiere decir. Primero, si alguien está desnudo y no lo sabe, hay un problema de percepción que hasta podría ser entendido como esquizofrenia o manía; ahora la realidad no cambia ni se hace palpable si se le acerca a alguien como si fuera una torta o simplemente porque alguien te la cuenta o te la describe, o sea si el escritor está desnudo y no se da cuenta, ¿cómo se le va a hacer para que se vista?
Muchos estarán diciendo ¿qué ocurre? ¿si sólo es una metáfora? Como dice, dada su lejanía, el señor Frisancho, pero lastimosamente no veo ninguna metáfora, aquí simplemente lo que se trata es la cruda realidad: el escritor peruano no sólo está desnudo, sino que está destruido, está solo, está perdido, está sin muelas, está en muletas, está de cabeza, está pateando latas, está con sida, está con cáncer, está con lepra, está sin DNI, está sin sueldo, está sin seguro, está –digámoslo de una vez- hecho una mierda.
Y qué estructura mínima va a haber para que lo represente, si todo este sistema putrefacto anula las posibilidades de organización porque no hay tiempo para sobrevivir, hay que tener 3 ó 4 trabajos, si es que los tienes, o hay que hacer de sobón en algún diario o universidad para así hacer las cosas “correctas” y mantener en vilo el lado académico. Un amigo me decía que la realidad superaba a la ficción y por lo tanto había que vivir de manera paranoica, hay que desconfiar del amigo que te visita porque ese quiere estar con tu mujer y hay que desconfiar de los compañeros de trabajo porque esos buscan tu puesto si tienes más jerarquía o si está mejor remunerado. Este sistema que parecen defender con uñas y dientes algunos escritores -mismos cancerberos o demonios apocalípticos- no puede en definitiva “fabricar” alguna solución, la solución corresponde a una gran propuesta corporativa o general –no trotskista-, porque los pensamientos también son producto de un sistema y si el sistema es aberrante, pues los pensamientos (o la superestructura) como el de mi amigo, también ha de serlo.
No entiendo por qué mi compañero de generación Héctor, mezcla la defensa orgánica del escritor por supervivencia con el tema de los críticos, ya debatido hasta el hartazgo en los blogs basura y en los otros, que son pocos y hasta se han hecho una suerte de ratings (de rata) para establecer quién ejerce el mejor mecanismo o soplido de fuelle publicitaria, o sea quién es capaz de levantar en hombros o en forma de “capachún” –con o sin meditación y sin alfombras mágicas- a su autor preferido o al recomendado vía tarjeta o vía orden del director del periódico, y así el crítico termina haciendo su fellatio en vivo y en directo y “el escritor de moda” termina eyaculándonos en el rostro –para delicia de algunos, mismo bukakke- sus obras mal habidas cero interés y a bajo precio. Y no tenemos por qué quejarnos de si un escritor “no tiene manera de definir su propia situación en el Perú, ni un aparato intelectual o siquiera unos instintos que le permitan encontrar su lugar en los procesos políticos, económicos y sociales de nuestro país”, no será porque el escritor mal alimentado y todo y condenado a un constante desgaste para mantener a su familia o mantenerse a sí mismo, y a un constante lavado de cerebro como todos los peruanos y todos los ciudadanos del tercer mundo (porque los del segundo mundo al menos comen y pueden pensar mejor, y claro, el lavado de cerebro encuentra mayores resistencias).
La ubicuidad no es un don, es parte del mecanismo de conservación y si no se tiene, pues se está condenado a ser fagocitado por otro mejor dotado en la larga cadena alimenticia del ser humano que coronan por cierto los plutócratas y que defienden sus esbirros, llámense ejército, policía nacional y toda esa sarta de mercenarios que “cuidan el orden público” para que los esclavos, entre los que están los escritores, no se rebelen.
Por qué tendría que alarmarme porque un escritor no puede vivir de lo que escribe, si uno toma un tico puede encontrarse con un cirujano vascular o algún ingeniero de sistemas –yo me he encontrado hasta con santones, seguidores de Ataucusi hablándome del diezmo, y hasta con Dante Castro en su volkswagen viejo haciendo taxi-. El punto no es que el escritor deba vivir de lo que escribe sino de que este sistema está construido para doblegar al más insomne y convertirlo en una suerte de multiusos o “mil actividades”, como el “mil oficios” de Chuiman, sin capacidad y sin tiempo para centrarse en una cosa, una especialidad que algunos tienen y terminan siendo honrosas excepciones a la regla.
Vivir de la literatura “es un sueño” que se puede hacer realidad si cuentas lo que te sucede del ombligo para abajo o del derriere para abajo –si se quiere- y organizar un escandalete como esos “oñoñoys” como Bayly u Ortiz cuyas recetas no la siguieron bien Yesabella o Brocca o el ex amante de Gisella, Carlos Vidal. “Escandaliza y vende” es el lema de estos tiempos y ya lo han aprendido bien escritores como Ampuero con lo de “El Enano” o Verástegui posando calato en “Caretas” u otros que por higiene mental es mejor no mencionarlos. Tampoco esto me parece importante, no imagino a Tolstoi escribiendo “La Guerra y la Paz” para vivir de ello, es absurdo.
No se trata tampoco de negar la condición de escritor a alguien porque escribe sobre temas que a ti te parecen banales o porque se hayan vuelto “vulgares matarifes”,o toreros de vacas con ántrax; tu posición se acerca a la del señor Irigoyen quien aceita continuamente sus espéculos y dice que todos los poetas peruanos -salvo algunos aceptados a regañadientes- no tienen ninguna valía disparando a mansalva mismo Robocop, y al final se queda él solo comiéndose a sí mismo como el catoblepas, autófago y falto de rigidez consigo mismo. Y aquí si es de notar la falta, ya no de crítica sino de autocrítica de la que carecen la mayoría de nuestros autores, todos con una soberbia tamaño de sus encebadas barrigas como el Ubú Rey. ¿Quién puede autoflagelarse y salir luego con una corona de espinas y decir realmente mi literatura no vale la pena? Todos –o casi todos- quieren espacios en televisión, o ser reseñados o entrevistados, y posan para la foto con fotoshop y todo incluido, pero señores ¿su literatura realmente vale la pena para exigir todo lo que ello conlleva? Por favor, tenemos poetas a granel que parecen controlados por una omnimente (como Toy Story 3), todos escriben lo mismo y sobre lo mismo, y como dicen en el fondo del charco los sapos se escupen entre ellos o se lamen con lenguas bífedas mismas serpientes. Y de los narradores ni qué decir: se arrancan los pelos y se comportan como la Divinne de “Pink Flamingo” sobre todo en la última parte, para demostrar que son como Harry, el sucio, nada más que aquí -al igual que en la película o la serie- todo es impostado, todo tiene su respectiva pátina y pose. Y uno de los grandes culpables, aceptémoslos de una vez, son las universidades que se han convertido en fábricas de escritores-androides, sólo hay que mirarles en la nuca para descubrir el código de barras y determinar el lugar de procedencia, excepciones a la regla siempre habrá, pero siempre serán lastimosamente los menos.
El caso de los agentes literarios es patético, cómo exigir a una realidad como esta, donde los agentes funerarios quieren enterrarnos vivos, que existan estos señores que por cierto, son un producto de la tecnificación o especialización del mercado, y cuyo sueldo lo tiene que pagar directa o indirectamente el escritor y con qué. Sin embargo lo dicho en el párrafo anterior mas el estado de pauperización y expulsión de la PEA activa se une para colmo de males y como pala de enterrador la“falta de lectura”, que no es lo mismo a “falta de comprensión de lectura” en los que somos superados solo por Haití; pero si eso fuera cierto y como dice Beatriz Ontaneda, ¿por qué la piratería de libros es un gran negocio y por qué y para qué la librería “El Crisol” está abriendo un gran local –por el tamaño físico- en Los Olivos?
Creo sinceramente que Héctor Ñaupari y el señor Frisancho se equivocan y el primero se equivoca doblemente: primero porque los lectores no hacen al escritor, ni lo pueden condicionar, el escritor debe gozar primero de la libertad creativa, exorcizar no ya a sus demonios sino a su estómago hambriento que no lo deja pensar, asumirse a sí mismo para luego poder captar su realidad. Ahora yo pregunto: ¿existe realmente un “escritor malo” o “libro malo”? He encontrado libros de escritores mediocres o repetitivos; cuando yo me refiero a los escritores de la omnimente, en realidad me estoy refiriendo a los escritores que practican de alguna forma sutil el plagio o el encabalgamiento de escribir sobre lo que está de moda con recursos técnicos que estén de moda o en voga, pero realmente no creo que perviva un solo libro que sea como dice Frisancho “una buena mierda”, término con la que muchos escritores se refieren a los best seller, los libros de bolsillo o los libros que están en las estanterías de los centros comerciales. A propósito de esto, hace un tiempo estuve en una conferencia en la que Miguel Gutiérrez, conocido escritor de posición dura aunque lo tachen de recalcitrante o prosaco, defendía a los best sellers y, no solo eso, sino que recomendaba su lectura. Este tema no me queda del todo claro o, en última instancia, todo libro tiene algo que decir, no se puede ser objetivo en cuestiones de gustos literarios.
De otro lado, el señor Ñaupari dice “En ese aspecto, el Perú es un páramo. Pero, sobre todo, el escritor peruano no tiene lectores: en una sociedad donde elites pudientes y masas empobrecidas, donde blancos, mestizos y afro peruanos, ricos y pobres, todos por igual, no han leído en su vida un solo libro completo, (…). Habría que preguntarse si detrás de este enunciado no hay ya un monitoreo o por lo menos un sesgo de nuestra realidad inducido por el ente massmediático y en el que nos han hecho creer que el Perú es de blancos, porque esos blancos (10 % de nuestra población), mestizos (35 %), afroperuanos (3 %) no son ni la mitad de la que está conformada este país; este país Héctor es –y te has olvidado de mencionarlos- de indígenas o aborígenes como lo enuncia el diccionario Visor en su acepción sobre Perú. Aquí alrededor del 50 % es indígena (aunque la acepción correcta, según Virgilio Roel es “andígena”). Pero ese no es el equívoco mayor y tal parece que vivimos fuera de la realidad o aceptamos genuflexos la realidad que nos trasmiten, vía el método del sifón, los periódicos y el gran manipulador de conciencias que es el televisor, oscuro aparato ejercitado por los politiqueros, que divide el universo poblacional en dos conjuntos asimétricos, el de pobres y ricos, yo pregunto ¿los indigentes son pobres? La “extrema pobreza” acaso no es un eufemismo para no decir que son parias o fantasmas apartados del proceso productivo y arrojados –ahora sí desnudos- a ser devorados por el león hambriento del mercado.
Estimado Héctor, parece que tú hablaras de Lima, pero Lima no es el Perú, lo contrario es un equívoco enunciativo de Valdelomar aceptado solo poéticamente en el sentido de Jacobson, y aunque ya “El Desborde Popular” ha tomado las linderos de Lima, pues simplemente Lima no es el Perú.
Si, evidentemente hay una responsabilidad en todo lo dicho arriba, pero no son los escritores o, en todo caso, no es exclusiva de los escritores, sino de todos lo que viven en este país y todavía creen que el sistema capitalista ortodoxo y draconiano los va a incluir aunque sea con un mísero sueldo o con una magra pensión de 300 soles o en puestos burocráticos donde se puede tener alguna regencia o algún feudo para fungir de capataz mientras los más necesitados solo nos interesan metafóricamente o para “levantar” algún artículo periodístico.
Estimado Héctor, tu has alcanzado el nirvana viviendo regocijado en la que llamas las leyes del mercado, a las que comparas con las leyes físicas, mismo Shumpeter, y en las que pareces flotar como un Houdini; nadie en su sano juicio negaría el poder que tiene el mercado para mover el mundo actual de la producción, los compradores y vendedores, es decir el sistema liberal o mejor dicho el sistema mercantilista es lo que ha corrompido hasta la sarna (Sarcoptes scabiei) la cosmovisión del escritor en la que los libros no son más que productos sujetos a las leyes de la oferta y la demanda, vulgares mercancías ¿de qué te quejas si todo lo descrito es producto del sistema que pareces defender con discursos bastante entrópicos y sincréticos?
Cómo exigirle a un escritor que escriba sobre Piérola, Castilla o Cáceres, aunque preferiría a Atusparia, Uchcu Pedro o Cahuide (que los hay) si el sistema les obliga a escribir sobre “sangre, suciedad, prostitución, travestismo, hoteles derruidos y malolientes” porque esto vende y porque estos, los vicios del sistema, de esta manera se aceptan y forman los resortes que nos van a hacer soportar los grilletes y las largas jornadas de trabajo, es decir, llegan a funcionar como grandes edredones de humo o como subrealidades de confusión , como ver la guerra del golfo pérsico en un juego de nintendo en la que la sangre se mide por píxeles. No ver esto es no quererse ver en el espejo porque se es “gordo y feo” y aceptarse sicológicamente como lo contrario.
Aquí hay que entender que las “dinámicas comerciales” como dice Frisancho “no dicen nada sobre la calidad de un texto, sobre su poder expresivo, sobre su belleza (…) sí, de acuerdo, pero se nos escapa algo y es que las dinámicas pueden condicionar o condicionan de hecho la temática, y las dinámicas internas del escritor, ahí radica la lucha de un escritor por sobreponerse a todo esto. Si defendemos el mercado es porque los mecanismos de resistencia han sido doblegados y no nos queda más que ser voceros de un mercado y actuar como altoparlante o bocina de triciclo, mismos zombis extraídos de alguna película de George A. Romero.
Estoy de acuerdo en que el escritor debe vivir bien, comer bien, vestir bien, pero esto no es exclusivo de este, lo contrario son ideas sesgadas, arbitrarias o corresponden definitivamente a concepciones reaccionarias. Prometo alcanzarte las "Esquirlas" que escribí para el libro “Las Armas del Escritor” que son cientos de páginas que hablan sobre esto y que gustosamente podría hacer llegar a todos los interesados en beneficio de un debate que se ha iniciado hace mucho tiempo y que incluye indefectiblemente a Federico Moore cuando decía que en el Perú “se es colonial o se es incaico” y del que tengo la cita de la cita en: “Escritores Peruanos qué piensan, qué dicen” Wolfgang Luchting cuando pregunta a Luis Alberto Sánchez , pg. 19 edit. Ecoma, 1977.

Un abraxo

R. Y.