AMOR BIZARRO
By: Max Palacios
La muchacha atravesó la cafetería por entre las mesas. Vestía de negro y su cabello caía negrísimo sobre su espalda. El sonido de sus botas era rápido, pero acompasado. Llegó hasta el muchacho y le soltó una bofetada. Todos voltearon a mirarla, sin embargo ella seguía imperturbable. El chico sólo atinó a levantarse y al ver que ella se disponía a salir, la siguió como un esclavo. Era un muchacho de porte atlético y con el cabello rapado. Vestía una camisa negra, un jean desteñido y unas tejanas. Cuando llegaron a la salida, él la cogió del brazo derecho:
-¿Estás loca, qué te pasa? –alcanzó a decir enérgico.
-¿Qué hacías con esas tipas? –preguntó la muchacha acercándole la cara lo más que pudo-. ¿Convenciéndolas para que posen en tus cuadros?
-No son tipas, son compañeras del instituto.
-¿Y qué hacías con ellas?
-Nada, conversando.
-¿Conversando?
-Oye, no empieces con tus celos enfermizos que ya no tenemos nada entre nosotros.
-Necesito hablar contigo.
-Yo no tengo nada de que hablar.
-Es la última vez.
-Mira, desde que dejamos de vernos estoy muy tranquilo y quiero seguir así.
-¡Carajo! –se desesperó la muchacha y sacó una navaja. O me das unos minutos o te jodes conmigo.
-Está bien, déjame sacar mis cosas –dijo el muchacho pensándolo seriamente.
Salieron del instituto y se dirigieron hacia el malecón. Llegaron hasta el Parque del Amor sin hablar. Se sentaron en una banca frente al mar. En unas losetas del parque leyeron: “El amor es eterno mientras dura”. Se miraron durante unos segundos y no atinaron a decir nada. La neblina de la tarde no les permitía apreciar el horizonte. Ella encendió un cigarrillo y expulsó la primera bocanada casi sobre el rostro del chico. Aún conservaba esa mirada entre cándida y melancólica que la diferenciaba de cualquier belleza ordinaria.
-¿Cómo has estado? –le preguntó él, intentando ser amable.
-Bien, tratando de arreglar mis cosas.
-¿Cómo te fue en la clínica?
Ella miró hacia un lado, como distraída, y se frotó las manos con cierta desesperación. Le incomodaba la pregunta viniendo de él, que sabía muy bien cómo la había pasado en aquel sanatorio.
-¿Todavía tienes el descaro de preguntarme cómo me fue en esa clínica? No te basta con saber que estuve encerrada todo ese tiempo por tu culpa –dijo ella casi alterándose.
-Oye, no me culpes de nada, la única culpable de todo eres tú.
-Sigues tan sinvergüenza como siempre. No has cambiado nada.
-No empecemos, por favor. ¿Qué querías hablar conmigo?
-Nada en especial. Venía a decirte que voy a viajar a Miami y antes quería despedirme. Tengo una tía que me ha conseguido un trabajo allá y ya estoy un poco cansada de este país de mierda. Pero, a pesar de todo lo que ha pasado, yo sigo sintiendo algo muy especial por ti y no quería irme sin antes decirte algunas cosas que durante todo este tiempo he pensado.
-Y, ¿cuándo viajas? –preguntó el muchacho para que ella no se pusiera nostálgica.
-Pasado mañana.
-¿Tan pronto?
-Sí, pero… ¿por qué no vamos a tu casa y conversamos más tranquilos? –le dijo ella acercando los labios a su oído.
-No podemos, están mis padres.
-Bueno, vamos a otro lugar.
No pudo negarse a la oferta: ella seguía siendo una perversa tentación. Además, ¿qué perdía? Era la última vez que la vería, nunca más lo iba a joder. Abordaron un colectivo y fueron a un lugar cercano que durante mucho tiempo les sirvió para sus encuentros amorosos. El cuarto del hotel era amplio y tenía un pequeño balcón que permitía apreciar los últimos momentos de la tarde. Él la desvistió con una destreza que no había olvidado a pesar del tiempo transcurrido. Ella se entregó, disfrutando cada momento como si fuera el último. Descansaron casi toda la tarde y antes del anochecer salieron del lugar. La muchacha le pidió su teléfono para llamarlo cuando llegara a tierras norteamericanas. Él chico anotó el número en un boleto de autobús.
-Ayúdame a tomar un taxi –dijo la chica con un tono de súplica.
-Ojalá que todo te vaya bien –dijo el muchacho a manera de despedida.
-¡Ah!, me estaba olvidando algo –le dijo con un gesto de despistada mientras abordaba el vehículo. Lo que te dije sobre el viaje es un cuento, no tengo ninguna tía en Miami, así que espera mi llamada. No creas que te vas a librar tan fácilmente de mí.
Él no se inmutó. Torció sus labios dibujando una falsa sonrisa y la miró como queriendo estrangularla. ¡Loca de mierda!, pensó, te jodiste, el teléfono que te di no existe. Apresuró el paso y respiró la brisa nocturna que se extendía por las calles. El viento helado refrescó sus mejillas. Sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió y arrojó el humo, complacido, en un chorro profuso hacia arriba.