OSWALDO REYNOSO O LA INDECENCIA DE LA ESCRITURA
¿Cómo nació su interés por la literatura?
Empecé a escribir cuando tenía doce o trece años. Recuerdo que recién había ingresado a la secundaria y para ir al colegio (San Francisco de Arequipa) tenía que pasar cuatro veces frente a una vieja librería. El dueño era también un viejo cascarrabias. Era una librería antigua con estantes de madera, más que todo tenía artículos para escritorio. Unos de esos días, me llamó la atención un libro pequeño con pasta de cuero y el filo de las páginas dorado que se exhibía en la vitrina. Inmediatamente, supuse que en este libro iba a encontrar las historias más fabulosas jamás escritas y siempre que pasaba por la librería me detenía a contemplar el libro. Un día, entré a la librería a preguntar por su costo y el viejo me corrió con un bastón y me dijo que ese libro era para adultos. Esto despertó aún más mi curiosidad. Después de haber sobornado a unos de mis hermanos mayores con unos cigarrillos, logré tener en mis manos el librito. Corrí hacia mi casa y subí a la azotea. Recuerdo que era un atardecer, de esos atardeceres hermosos de Arequipa de coloración naranja quemada. Me senté en un cajoncito. No abrí el paquete, porque quería prolongar el placer de encontrarme con esas historias fabulosas. Quite el papel de la envoltura y acaricié el libro muchas veces. Por último, cerré los ojos y lo abrí en cualquier parte. Grande fue mi decepción al ver que las páginas estaban en blanco. Ya se iba la tarde y recuerdo que lloré. Luego, me reanime y me dije: “Bueno, si no he encontrado en este librito las historias más fabulosas jamás escritas, yo las puedo escribir”. Saqué un lápiz y empecé a escribir. Desde entonces, no he parado de crear historias hasta el momento.
¿Es cierto que durante su juventud esta vocación literaria se vio peligrar por una fuerte vocación religiosa?
No creo que haya podido suceder eso. Es posible que por aquella época yo tuviera una vocación religiosa, pero eso no me impidió escribir. Escribía textos de carácter místico.
Sí, pero hasta donde tengo entendido usted fue acólito y luego quiso ser sacerdote y su padre se opuso a ello.
No es que mi padre se opusiera a que yo fuera religioso, sino que quería que mi elección tuviera mayor fundamento y por eso me mandó a la ciudad de Tacna con mi hermano mayor para que conociera la vida. Me dijo: “Si después de este viaje, regresas y sigue tu vocación, yo te apoyaré”. Y, en efecto, viajé a Tacna, y de allí hacia Arica. Ahí, por primera vez vi el mar. Fue una impresión maravillosa: sentir su olor, escuchar el rumor de las olas, apreciar su inmensidad. Después tuve algunas experiencias vitales que me permitieron renunciar a mi vocación religiosa sin ningún tipo de remordimiento.
Según José María Arguedas, “Los inocentes” marca un antes y un después dentro de la narrativa peruana, ¿cómo cree que se logró esta ruptura?
El mismo Arguedas lo explica en un artículo que se publicó en El Comercio. Señala que lo novedoso del libro estaba en la forma poética como se trabajaba la jerga y la presentación de personajes marginales.
Se dice que “Los inocentes” inyectó de vitalidad a la narrativa peruana, ¿qué escritores influyeron en la elaboración de esta prosa?
Mis grandes maestros en la construcción de una prosa poética, con ritmo, con algunas audacias en la puntuación, fueron Abraham Valdelomar con “El Caballero Carmelo”, luego Martín Adán con “La Casa de Cartón”. También algunos textos en prosa que Eielson enviaba de Europa y que tenían un gran sentido poético. Con respecto a escritores extranjeros podría mencionar Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, al Conde de Lautrémont, Proust, Thomas Mann y Juan Ramón Jiménez en su “Platero y yo”.
Con relación a la crítica que recibió de “Los inocentes” y que en muchos casos fue injusta, ¿cree que ésta ha variado después de cuarenta años de publicada la obra?
Creo que ha variado en el sentido que se ha vuelto más liberal, ya no es una crítica cucufata, pero me parece que en algunos críticos sigue presente una actitud autoritaria, de sumos sacerdotes, que sin ningún fundamento alaban libros que no tienen ningún valor y otras veces silencian o ningunean a escritores que sí tienen méritos.
Un tema recurrente en sus obras es la perdida de la inocencia y la confusión que experimentan los jóvenes.
La juventud representa en el ser humano una de las etapas más difíciles. Es allí precisamente donde se tiene que decidir el futuro: decidir la forma de vida que va a llevar, escoger la pareja que lo acompañará, elegir una profesión, etc. Además, en esta etapa, por razones biológicas, se dan una serie de transformaciones en su organismo que a veces no se llega a comprender. Esto lleva, necesariamente, a cualquier joven a una situación límite. Ahí, el escritor encuentra una gran veta para poder penetrar en la condición humana. Claro que hay escritores que prefieren escribir sobre la vida cotidiana, pero a mí siempre me han interesado las situaciones límites, personajes que están al borde del abismo y tienen que decidir entre el bien y el mal.
Si bien es cierto que el joven de cualquier condición puede llegar al borde del abismo en la etapa de la juventud, esto se hace más doloroso en el joven marginal, que ingresa a la vida sin ningún horizonte.
Con respecto a la novela “El escarabajo y el hombre” y que la critica silenció en su tiempo, ¿qué nos puede decir sobre ella después de treinta años de su publicación?
Es uno de mis pocos libros que ha tenido mala suerte. Mala suerte, porque sólo salió una edición de menos de mil ejemplares que demoraron mucho en venderse. Hace poco, Editorial San Marcos ha realizado una segunda edición de la novela y espero que haya mejor suerte. Me parece que en esta novela logro una mejor penetración en la psicología de los personajes y una estructura narrativa más compleja. El tema de la búsqueda de la inocencia aparece como el principal problema del mundo marginal. Uno siempre busca lo que no tiene y en muchos jóvenes marginales hay una búsqueda del bien y también de la piedad. Quizá “El escarabajo y el hombre” sea la prolongación de la inocencia del último personaje de “Los inocentes”: El Rosquita.
Ninguno, no hay Palermo, no hay Sevillana, ni tampoco hay la Rica Playa. Y si bien es cierto que los lugares han desaparecido, los personajes siguen vivos.
Cambiando de tema, ¿Qué opinión le merece la narrativa peruana joven?
Me parece que es una narrativa muy vital. Una narrativa que expresa la violencia social y cotidiana a la cual están sometidos no solamente los jóvenes sino toda la sociedad. Creo que la literatura no debe desligarse de su país, lo que no quiere decir que la literatura sea sólo un simple testimonio de un determinado momento histórico, sino que además debe aspirar a ser la expresión del espíritu de un país. Entre los escritores jóvenes que podríamos mencionar como las nuevas voces de la narrativa peruana están Mario Bellatín, Iván Thays, Manuel Rilo, Raúl Tola, Sergio Galarza, Carlos Rengifo, Jorge Luis Chamorro, Carlos Dávalos y la lista continúa.
Bueno, ¿cuáles son ahora sus nuevos proyectos?
A lo largo de mi vida yo me he dedicado a dos actividades: la docencia y la escritura. En este momento, estoy en pleno ejercicio de estas dos labores. En lo que se refiere a la enseñanza este año cumplí cincuenta años de ejercicio de la docencia. En lo referente a la narración, nunca he dejado de escribir. Estoy preparando una novela, es posible que dentro de un mes dé a conocer un adelanto de ella. Por otro lado, se cumplen más cuarenta años de la publicación de “Los inocentes”, treinta años de la aparición de “El escarabajo y el hombre” y para ello estamos preparando una gran celebración. Ahora, más que nunca siento ganas de seguir viviendo en pleno ejercicio y goce de todas mis facultades, tanto físicas como mentales, y de creación.