By: Max Palacios
Cuando estuvo conmigo era muy joven. Tendría unos 19 años y era estudiante de Comunicaciones. Le gustaba fumar yerba, tomar ron y leer a los poetas franceses (en ese estricto orden). Además, tenía como hobbie acostarse con el primero que le susurrase un verso de Rimbaud o Baudelaire al oído.
Por aquel entonces no la conocíamos como la “groupie literaria”, pero ya se perfilaban sus preferencias amatorias. La conocí en el Patio de Letras y era una chica muy solitaria, siempre vestida de negro y con el cabello largo. Le invité un café que luego se convirtió en un ron que tomamos a pico de botella en el Estadio Universitario.
Nuestros encuentros siempre eran esporádicos y desde un inicio pensé que así era mejor, pero cuando me di cuenta de que los días en que no la veía ella los utilizaba para atrapar más trofeos literarios me dio un poco de indignación. Sin embargo, así era ella. A partir de aquel momento la llamamos la “groupie literaria”. Y fue compartida por todos nosotros, los poetas y narradores de aquellos años. Y nadie tenía por qué molestarse ni exigir exclusividad. Pero, con el correr de los meses, a despecho de los narradores, solo prefería estar con poetas.
Con los poetas le iba bien porque ellos toleraban sus locuras sexuales. A uno de ellos le clavo un destornillador en el abdomen mientras lo besaba contra uno de los muros del Museo de Arte. En otra ocasión, casi le arranca el miembro de un solo tirón a un poeta que había ganado los Juegos Florales de ese año, mientras le practicaba sexo oral. Cada día se ponía peor. Yo hubiera tolerado sus arranques sexuales si supiera que los practicaba producto de su perturbación, pero todo era el fruto de “su” actitud posera y snob que no podía soportar: todo menos su pose de “groupie”.
Finalmente, la “groupie literaria” termino embarazándose de un mocoso que acababa de ingresar a la universidad y que había ganado los juegos florales con solo 17 años.
Hace unos días la vi en un centro comercial, paseando a su bebe en los brazos. La ternura que vi en su mirada me impidió acercarme para recordarle su pasado literario.
Cuando estuvo conmigo era muy joven. Tendría unos 19 años y era estudiante de Comunicaciones. Le gustaba fumar yerba, tomar ron y leer a los poetas franceses (en ese estricto orden). Además, tenía como hobbie acostarse con el primero que le susurrase un verso de Rimbaud o Baudelaire al oído.
Por aquel entonces no la conocíamos como la “groupie literaria”, pero ya se perfilaban sus preferencias amatorias. La conocí en el Patio de Letras y era una chica muy solitaria, siempre vestida de negro y con el cabello largo. Le invité un café que luego se convirtió en un ron que tomamos a pico de botella en el Estadio Universitario.
Nuestros encuentros siempre eran esporádicos y desde un inicio pensé que así era mejor, pero cuando me di cuenta de que los días en que no la veía ella los utilizaba para atrapar más trofeos literarios me dio un poco de indignación. Sin embargo, así era ella. A partir de aquel momento la llamamos la “groupie literaria”. Y fue compartida por todos nosotros, los poetas y narradores de aquellos años. Y nadie tenía por qué molestarse ni exigir exclusividad. Pero, con el correr de los meses, a despecho de los narradores, solo prefería estar con poetas.
Con los poetas le iba bien porque ellos toleraban sus locuras sexuales. A uno de ellos le clavo un destornillador en el abdomen mientras lo besaba contra uno de los muros del Museo de Arte. En otra ocasión, casi le arranca el miembro de un solo tirón a un poeta que había ganado los Juegos Florales de ese año, mientras le practicaba sexo oral. Cada día se ponía peor. Yo hubiera tolerado sus arranques sexuales si supiera que los practicaba producto de su perturbación, pero todo era el fruto de “su” actitud posera y snob que no podía soportar: todo menos su pose de “groupie”.
Finalmente, la “groupie literaria” termino embarazándose de un mocoso que acababa de ingresar a la universidad y que había ganado los juegos florales con solo 17 años.
Hace unos días la vi en un centro comercial, paseando a su bebe en los brazos. La ternura que vi en su mirada me impidió acercarme para recordarle su pasado literario.