17 November 2006


ANÓNIMOS

Hace muchos meses, algunos narradores justificaban la presencia de los comentarios anónimos en los blog bajo el pretexto de la libertad de opinión y expresión que caracteriza todo sistema democrático. Sin embargo, lo que no podían comprender estos señores era, precisamente, que lo que el ordenamiento jurídico protege son estas libertades personales correctamente ejercidas, mas no escudarse bajo el anonimato para ofender calumniar o difamar.

En este sentido, es hasta cierto punto "meritorio" que algunos reseñadores firmen con su nombre y apellido las reseñas que hacen de los textos literarios y asuman las consecuencias de las mismas: una palabra lanzada al viento pasa a ser de dominio público y el emisor del mensaje se hace totalmente responsable de la misma. Bajo esta óptica, ¿que se le puede reclamar a un anónimo?, ¿con quién tendríamos que debatir al no saber la identidad de la persona que emitió el mensaje?, ¿quién asume responsabilidad por las honras difamadas a través de los anónimos? La cuestión no es tan sencilla. Mucho menos en un mundillo tan viciado como lo es el mundillo literario limeño, donde los anónimos, hackers, personalidades múltiples y esquizofrénicas, hipocresías convenidas y rastreros de toda calaña abundan. Es por ello que, con respecto a los anónimos, la lucha es frontal y directa. ¿Alguien recuerda si después de que se descubriera la identidad de Aquiles Cacho, el "nerd" de la literatura, este sujeto se animó a seguir posteando en su blog? Lo mismo tiene que hacerse con los anónimos que siguen infestando la literatura, sean estos reseñadores, bloggers o "comentaristas" blogeros. Por lo pronto, voy tras la pista de uno de ellos y parece que el hilo de la madeja conduce a alguien conocido.