31 July 2006
¿Qué autores determinaron tu forma de escribir y tu visión del mundo en tus inicios literarios?
Si me ciño sólo a mis inicios, diría que los escritores esenciales fueron Hemingway, Tolstói, Stendhal, Gógol y Lowry. Los cuatro primeros por su sencillez expresiva y por su sentido épico y sentimental. En el caso del autor de Bajo el volcán por razones opuestas: su intención introspectiva y la pulsión autodestructiva que lleva a un hombre a descender al infierno en busca de su ser. Naturalmente, como escritor, siempre me he inclinado por un estilo más conciso y directo, en el que ‘menos es más’ es el lema a seguir. El mayor novelista es, sin duda, Lev Tolstói, de quien he leído toda su obra narrativa . La guerra y la paz me sigue pareciendo la mejor novela del mundo. Y no por su monumentalidad sino porque, además de la aspiración por recrear un mundo vasto y complejo –la ‘novela total, según MVLL-, Tolstói posee el maravilloso don de escribir con una sencillez y efectividad que nadie ha igualado: sabe calar hondo con una prosa directa y simple que apunta a lo esencial. Lo admirable es que puedes abrir cualquiera de sus libros y parece como si hubiera sido escrito el día de ayer. Tales son su frescura y poder.
No lo sé. No soy la persona más indicada para dar consejos. Soy un escritor muy lento y moroso que los demás deben tomar por vago e improductivo. Ocurre que soy muy autocrítico y no me entusiasmo mucho con lo que escribo. Corrijo y rescribo bastante, con frecuencia demasiado. Y, todavía, de alguna manera, creo en la inspiración. Desde luego, no es que las musas me susurren en el oído, pero suelo experimentar extraños arrebatos del espíritu en los que puedo vislumbrar con precisión lo que voy a escribir: en esos momentos de coincidencia maravillosa lo que quiero decir y la manera de decirlo fluyen juntos. Por supuesto, al cabo de tantos años de ejercicio narrativo, poseo la técnica suficiente para pergeñar un relato coherente de un día para otro –si se me pusiera a prueba-, pero la literatura no se trata de eso (a menos que tus pretensiones se reduzcan a contar una historia con cierta eficacia), en todo caso para mí. Mi propósito es otro: quiero ser capaz, a través de la prosa narrativa, de asomarme a ese territorio extraordinario que he vislumbrado en mi imaginación, aquel donde suele pastar el unicornio. Finalmente, escribir es una vía para llegar a la verdad última de las cosas, a la razón de existir y de morir. En suma, escribir es un acto de revelación.
En cuanto a los aspectos prácticos, hasta ahora siempre me he guiado por el principio siguiente: si no vas a ganar dinero con ello, no vale la pena que te apresures por publicar. Los mejores cuentos son como los buenos vinos, a veces necesitan muchos años para adquirir pleno sabor y consistencia. Lo importante es desarrollar el oficio como un artesano y saber elegir las palabras que son decisivas para narrar tu historia. Y eso, claro está, sólo se logra a fuerza de escribir.
30 July 2006
LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN SU LITERATURA
El primer acercamiento que tuve a la violencia en Colombia fue a través de un amigo que regresaba de la tierra del café y de la cumbia. Me contó este "paisa", que había vivido dos meses en Medellín o Medallo, que durante todo ese tiempo la violencia era un fenómeno cotidiano: se respiraba, se comía y se dormía violencia. Me comentaba también que en Medellín la gente no pelea a puños, y no por cobarde, sino porque toda pelea termina en muerte a balazos y la gente prefería evitar las consecuencias. Meses después, una amiga del taller de Alonso Cueto me prestó el excelente libro de Andrés Caicedo, Angelitos empantanados, en uno de cuyos relatos se da cuenta de los origenes de la violencia en las ciudades (debo confesar que quedé prendado de la protagonista, Angelia Rodante).
Sin embargo, la verdadera apertura a este mundo de violencia fue la lectura de La virgen de los sicarios, la deslumbrante novela de Fernando Vallejo. Esta novela, como bien se sabe, está ambientada en el corazón de Medellín y relata la historia de una escritor maduro y un joven sicario. Un paso adelante en esta ruta fue la novela de Jorge Franco, Rosario Tijeras (de la cual esperamos la versión cinematográfica). La novela de Franco recrea la historia de una joven del sicariato, a través de un narrador-protagonista que la ve morir y va recordando sus dias junto a ella. De esta manera, podemos apreciar que la literatura colombiana no se agota con la obra de García Márquez, como el gran público lector entiende, sino que existe una gama de narradores colombianos de gran calidad literaria que han podido ampliar la categoría del Realismo Mágico dentro de la literatura latinoamericana.
29 July 2006
28 July 2006
27 July 2006
Cuando en la década del sesenta, Oswaldo Reynoso publicó “Los inocentes” (1961) y “En octubre no hay milagros” (1965), muchos críticos de la época calificaron al escritor de indecente y exigieron la inmediata suspensión en sus labores docentes por abordar abiertamente el tema de la sexualidad y recoger una jerga juvenil que, para la oficialidad, lindaba con lo vulgar. Al poco tiempo, apareció, en defensa del autor, un artículo de Mario Vargas Llosa en el que señalaba que “la culpa de todo lo tenían los propios escritores porque ellos habían acostumbrado a los lectores a una literatura pacata.” Posteriormente, salió a la luz “El escarabajo y el hombre” (1970), novela en la que Reynoso experimenta con el tratamiento del lenguaje y la estructura narrativa, y que la critica literaria no logró entender por el carácter insólito del tema y la estructura innovadora del texto, condenándola a un silenció injusto. A más de cuarenta años de la publicación de “Los inocentes”, el escritor nos abrió las puertas de su casa de Jesús María para dialogar sobre su experiencia narrativa y sus próximos proyectos.
¿Cómo nació su interés por la literatura?
Empecé a escribir cuando tenía doce o trece años. Recuerdo que recién había ingresado a la secundaria y para ir al colegio (San Francisco de Arequipa) tenía que pasar cuatro veces frente a una vieja librería. El dueño era también un viejo cascarrabias. Era una librería antigua con estantes de madera, más que todo tenía artículos para escritorio. Unos de esos días, me llamó la atención un libro pequeño con pasta de cuero y el filo de las páginas dorado que se exhibía en la vitrina. Inmediatamente, supuse que en este libro iba a encontrar las historias más fabulosas jamás escritas y siempre que pasaba por la librería me detenía a contemplar el libro. Un día, entré a la librería a preguntar por su costo y el viejo me corrió con un bastón y me dijo que ese libro era para adultos. Esto despertó aún más mi curiosidad. Después de haber sobornado a unos de mis hermanos mayores con unos cigarrillos, logré tener en mis manos el librito. Corrí hacia mi casa y subí a la azotea. Recuerdo que era un atardecer, de esos atardeceres hermosos de Arequipa de coloración naranja quemada. Me senté en un cajoncito. No abrí el paquete, porque quería prolongar el placer de encontrarme con esas historias fabulosas. Quite el papel de la envoltura y acaricié el libro muchas veces. Por último, cerré los ojos y lo abrí en cualquier parte. Grande fue mi decepción al ver que las páginas estaban en blanco. Ya se iba la tarde y recuerdo que lloré. Luego, me reanime y me dije: “Bueno, si no he encontrado en este librito las historias más fabulosas jamás escritas, yo las puedo escribir”. Saqué un lápiz y empecé a escribir. Desde entonces, no he parado de crear historias hasta el momento.
¿Es cierto que durante su juventud esta vocación literaria se vio peligrar por una fuerte vocación religiosa?
Sí, pero hasta donde tengo entendido usted fue acólito y luego quiso ser sacerdote y su padre se opuso a ello.
Según José María Arguedas, “Los inocentes” marca un antes y un después dentro de la narrativa peruana, ¿cómo cree que se logró esta ruptura?
Se dice que “Los inocentes” inyectó de vitalidad a la narrativa peruana, ¿qué escritores influyeron en la elaboración de esta prosa?
Con relación a la crítica que recibió de “Los inocentes” y que en muchos casos fue injusta, ¿cree que ésta ha variado después de cuarenta años de publicada la obra?
Creo que ha variado en el sentido que se ha vuelto más liberal, ya no es una crítica cucufata, pero me parece que en algunos críticos sigue presente una actitud autoritaria, de sumos sacerdotes, que sin ningún fundamento alaban libros que no tienen ningún valor y otras veces silencian o ningunean a escritores que sí tienen méritos.
Un tema recurrente en sus obras es la perdida de la inocencia y la confusión que experimentan los jóvenes.
¿A qué se debe esta predilección por retratar el mundo juvenil marginal?
Con respecto a la novela “El escarabajo y el hombre” y que la critica silenció en su tiempo, ¿qué nos puede decir sobre ella después de treinta años de su publicación?
De los lugares que se mencionan en esta obra como El Palermo, La Sevillana, La Chilena, El Fredy, La Rica Playa ¿Cuántos de ellos han sobrevivido?
Ninguno, no hay Palermo, no hay Sevillana, ni tampoco hay la Rica Playa. Y si bien es cierto que los lugares han desaparecido, los personajes siguen vivos.
Cambiando de tema, ¿Qué opinión le merece la narrativa peruana joven?
Bueno, ¿cuáles son ahora sus nuevos proyectos?
A lo largo de mi vida yo me he dedicado a dos actividades: la docencia y la escritura. En este momento, estoy en pleno ejercicio de estas dos labores. En lo que se refiere a la enseñanza este año cumplí cincuenta años de ejercicio de la docencia. En lo referente a la narración, nunca he dejado de escribir. Estoy preparando una novela, es posible que dentro de un mes dé a conocer un adelanto de ella. Por otro lado, se cumplen más cuarenta años de la publicación de “Los inocentes”, treinta años de la aparición de “El escarabajo y el hombre” y para ello estamos preparando una gran celebración. Ahora, más que nunca siento ganas de seguir viviendo en pleno ejercicio y goce de todas mis facultades, tanto físicas como mentales, y de creación.
AMOR FETICHE
No sé cuando empezaron a gustarme los pies. Creo que desde los diez años. Mi madre acostumbraba a decirme: “Hijito, yo no sé por qué tú me has salido feíto, pero hay algo de tu cuerpo de lo cual no te puedes quejar: tus pies. Son bellísimos”. Siempre me quedé con esa idea en la mente: Yo soy feo, pero mis pies son bonitos. Y ser feo sí que era algo terrible porque desde que naces te vas dando cuenta de que te apartan, te segregan, te discriminan, incluso en tu propia familia, las tías no te hacen muchos mimos y los primos no quieren jugar contigo. A pesar de todo, siempre me consolaba la idea de que mis pies eran hermosos.
Cuando salí del colegio no quise ir a la universidad. Mi madre insistía en que estudiase una profesión como mis hermanos, pero yo me negué rotundamente. Lo único que quería era ser podólogo. Leí cuanto estuvo a mi alcance para enterarme del mundo de los pies: llegué a saber de leyendas de la antigua China en donde se obligaba a las mujeres a tener los pies pequeños, condenándolas a terribles dolores por someterse a zapatos de no más de siete centímetros, o sobre las historias de las tapadas limeñas cuyo único sueño era tener los pies más diminutos de la ciudad. Pero eso no me bastó: llegué a clasificar a las mujeres de acuerdo con la forma de sus pies. Si el pie era largo como un zapato de hombre, se trataba de una mujer floja, acostumbrada a la vida fácil, de esas que caminan pidiendo permiso a las sandalias. Si, por el contrario, era pequeño, se trataba de una mujer lasciva, que no perdía la menor oportunidad para entregarse a los bajos placeres. Si el pie era regordete, se trataba de una mujer voraz, capaz de llegar a la mezquindad con tal de mantener esa forma cilíndrica y embutida de los pobres pies que sostenían un cuerpo lleno de grasa y celulitis. Y si los pies eran delgados y armoniosos, se trataba de una mujer elegante y refinada, nacida para los exquisitos placeres y la buena lectura, y que lo único que pretendía en la vida era vivir de acuerdo con sus propias leyes y apetitos. Estos pies eran difíciles de encontrar: sólo los podía apreciar en las revistas de modas y del jet-set. Me hice la promesa de que si algún día encontraba esos pies, no dudaría en unir mi vida con esa persona.
No me fue muy fácil ingresar al mundo de la podología. Tuve que indagar mucho para dar por fin con un centro podológico, cerca al malecón de Miraflores. Separé una cita para el día siguiente. Aquella noche no pude dormir, ilusionado con la idea de descubrir el nuevo mundo que se abría a mis ojos. Al despertarme tomé un baño con mucho cuidado. Dejé mis pies impecables y me coloqué las mejores medias y unos zapatos que evitaran que sudaran. La doctora se quedó asombrada al ver el encanto de mis extremidades. Me aseguró que yo no necesitaba ningún tratamiento y al momento le confesé mi intención de convertirme en podólogo. Le dije que podía ser capaz de hacer todo lo que ella me ordenase con tal de permanecer en su consultorio. Incluso le manifesté que no aspiraba a ningún salario, tan sólo me conformaba con que me diera para los pasajes. De tanto insistir, la doctora terminó por aceptarme como ayudante de limpieza y si ponía empeño, con el tiempo podía llegar a atender a algunos clientes.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que la doctora tomara confianza en mí y se animara a consentirme el cuidado de algunos usuarios del consultorio. En realidad me entregaba a los peores clientes. Aquellos que llegaban con problemas de callosidades, juanetes, pie de atleta y otras monstruosidades semejantes. Jamás pude contemplar un pie sano y mucho menos hermoso. Lo único que me consolaba era los catálogos de sandalias y zapatos que entregaban en los grandes centros comerciales durante la temporada de verano. Abandoné el consultorio desanimado por el trabajo que realizaba y la clase de clientes que llegaban al lugar.
Sin embargo, no todo el verano fue malo. A fines de enero empecé a salir con una amiga del barrio. Era una vecina que conocía desde pequeñita. Siempre la veía salir hacia el colegio con su uniforme de escolar por las mañanas. Nunca me fijé en ella, pero en los últimos años había desarrollado su cuerpo de tal manera que era imposible no dejar de mirarla. La invité al cine un fin de semana. Después de la función fuimos a sentarnos a la banca de un parque. No me animé a declararme porque aún no había visto sus pies. Las manos eran perfectas, lo cual me otorgaba alguna esperanza de que los pies serían bellísimos, pero no tenía porque apresurar las cosas. Quedamos en ir a la playa el sábado siguiente. Allí aprovecharía la ocasión de contemplar la delicadeza de sus pies a la luz de un sol de mediodía.
Cuando llegó el sábado, me desperté con una ansiedad poco conocida en mí. Preparé algo de refresco y unos sándwichs. Caminé hacia su casa con paso rápido y firme: en pocas horas iba a salir de mi incertidumbre.
Llegamos a la playa de Punta Hermosa a las once de la mañana. Caminamos por el malecón un buen rato y después encontramos un buen lugar para ubicarnos. Ella tendió su toalla sobre la arena y se quitó el vestido de seda que ocultaba su diminuto bikini. Sacó del bolso un bronceador de coco y un protector solar que los fue colocando con cierta prudencia. Se sentó suavemente sobre un lado de la toalla y desató los pasadores de las zapatillas. Llevaba puesto unos tenis blancos recién estrenados. Me quedé parado observando cada uno de sus movimientos. Cuando ya estaba a punto de quitarse las zapatillas se quedó mirándome. “Por qué no te sientas”, me preguntó. “Así estoy bien”, le respondí al momento. “Siéntate, que me pones nerviosa”. Me senté sin despegar la mirada de sus extremidades. Cuando descubrió sus pies me preguntó:
-Son un poco feos, ¿no?
-!!!
-Respóndeme, ¿son feos o no?
Me levanté muy indignado y avancé con dirección hacia el paradero de regreso. Tuve que sortear en el camino a los heladeros y los vendedores ambulantes. Mientras me alejaba pude escuchar a mis espaldas unos gritos que no intenté descifrar. El sol caía sobre mi rostro despejado de toda duda.
AMORES DE INVIERNO
El dia de ayer miercoles se presentó en la Feria del Libro la nueva edición del libro Amores de invierno de Alonso Cueto. Aprovechando la ocasión, dejo posteada una entrevista al ganador del Premio Herralde por La hora azul. Dicha entrevista apareció por primera vez en la Revista de LIbros, que dirige Víctor Coral.
1. ¿Cuál es el primer libro que recuerdas entre tus manos y qué sensación te causó?
El primer libro que recuerdo entre mis manos es una historia resumida de la Iliada, con grandes ilustraciones que me dio mi padre. Me impresionó mucho el personaje de Aquiles y, después de la muerte de Patroclo, cuando se acerca el duelo entre Aquiles y Héctor, recuerdo haber vivido esos momentos con una gran sensación de expectativa y de temor.
2. ¿Qué autores determinaron tu forma de escribir y tu visión del mundo en tus inicios literarios?
Creo que muchos pero tendría que mencionar a Henry James por su minuciosidad en describir una épica de la conciencia. En su época intermedia además, cuando escribe "El Retrato de una dama", alcanzó una complejidad y una intensidad en su estilo que recuerdo que afianzaron mucho mi vocación de escritor. Otros autores a los que siempre vuelvo son Flaubert, Maupassant, Chéjov y Dickens. Un autor de autores es Hawthorne, cuyo relato "Roger Malvin´s Burial" recuerdo haber leído muy joven.
3. ¿Cuáles son tus hábitos, manías, costumbres al momento de escribir y tus horarios de escritura?
Escribo siempre en las mañanas, y casi nunca en las noches. Una época prefería estar solo pero luego he descubierto que los ruidos del mundo también tienen un lugar en lo que escribo. La primera versión siempre la hago a mano y luego en computadora.
4. ¿Qué recomendaciones o consejos le darías a aquellas personas que se están iniciando en la narrativa?
Que lo sigan haciendo solo si no les importa nada más.
25 July 2006
RECOMENDADOS EN LA FERIA INTERNACIONAL DE LIBRO
Después de haber visitado la Feria del Libro en tres oportunidades me aventuro a recomendar algunos títulos que pueden encontrar:
1. Los inocentes, de Oswaldo Reynoso en una impecable edicion de la editorial Estruendomudo, acompañada de fotos del archivo personal del autor. De colección.
2. Abril rojo, de Santiago Roncagliolo, una thriller policial que nos acerca a la violencia terrorista que nos tocó vivir hace unas decadas.
3. Guerra a la luz de las velas, de Daniel Alarcón, una colección de cuentos escritos por esta narrador peruano-norteamericano que recrea parte de la realidad de nuestro paìs desde la mirada del "otro".
4. Melodrama, del excelente narrador colombiano Jorge Franco, que estará en la feria este sabado. También consigan Rosario Tijeras, una novela brutal que atrapa al lector de principio a fin.
24 July 2006
23 July 2006
No recuerdo cuál es el primero,tal vez un diccionario de dos tomos, de tapas amarillas, que hojeaba antes de saber leer, y cuyas palabras intentaba reproducir haciendo garabatos, o ese cuento infantil que tenía entre sus páginas el dibujo de un sujeto (acaso un príncipe o un leñador) que agarraba de las mechas a una bruja y la lanzaba al fuego de una chimenea.
2. ¿Qué autores determinaron tu forma de escribir y tu visión del mundo en tus inicios literarios?
En los inicios, a los 11 o 12 años, Enrique López Albújar, José María Egurén y Vallejo; o sea, el policial, la perversión del amor y el juego, y la denuncia social: creo que no me he desprendido de ninguno de los elementos que me regalaron.
3. ¿Cuáles son tus hábitos, manías, costumbres al momento de escribir y tus horarios de escritura?
El único hábito: sentarme a trabajar.
Manías: trabajar hasta la extenuación.
Horarios: hago funciones de matinal, matinee, vermouth y noche, cuando estoy metido en un libro, ya no tengo horario.
4. ¿Qué recomendaciones o consejos le darías a aquellas personas que se están iniciando en la narrativa?
El único lector eres tú.
Escribir es corregir.
Corregir es tener la necia esperanza de que podemos ser perfectos.
Escribir es una derrota antelada.
Solamente los necios valientes aceptan cabalgar hacia una batalla perdida.
CUANDO ABRIL SE TIÑE DE ROJO
(Un acercamiento a Abril rojo de Santiago Roncagliolo)
Aprovechando la visita de Santiago a la feria Internacional del Libro vamos a colgar una reseña a la galardonada Abril rojo, he invitar a los lectores a disfrutar de la lectura de esta excelente novela que intenta recrear parte de la violencia terrorista que se viviò en Ayacucho durante los rezagos senderistas.
La década del ochenta significó para el Perú un período de fractura social debido a la violencia terrorista desatada por grupos subversivos como Sendero Luminoso y el MRTA. La temática abordada por los narradores limeños de aquella época y de la década siguiente poco o nada tenía que ver con el terror que reinaba en esos años. Salvo la obra silenciosa de Luis Nieto Degregori, Oscar Colchado, Dante Castro, Zein Zorrilla y alguno que otro cuento de Fernando Ampuero y Guillermo Niño de Guzman, la mayoría de creadores prefería obviar el tema o ignorarlo. La actitud de nuestros narradores quizá se debió a que todo acontecimiento violento y traumático en una sociedad tiene que ser debidamente procesado y digerido para poder convertirse en un discurso narrativo coherente; en ese sentido, el tiempo transcurrido permite ver las cosas con mayor objetividad y frialdad, lo cual permite la articulación de estos discursos narrativos que permitan explicar y comprender estos fenómenos sociales.
Recién a partir del año 2000, los narradores limeños se decidieran a contar de manera frontal los años de violencia a través de sus creaciones. Y en ese sentido se orienta Un beso de invierno de José de Pierola, De amor y de guerra de Víctor Andrés Ponce; y recientemente, algunos cuentos de Guerra en la penumbra de Daniel Alarcón, las novelas La hora azul de Alonso Cueto y Abril rojo de Santiago Roncagliolo. Sin embargo, es en estas dos últimas novelas, galardonas con sendos premios internacionales, en donde se aborda el tema desde el escenario mismo de la violencia: Ayacucho. Quizá para los lectores extranjeros esto no despierte algún interés, pero cabe recordar que es en esta ciudad, cuyo significado en quechua quiere decir “rincón de los muertos”, en donde Sendero Luminoso inicia sus acciones delictivas a inicios de la década del ochenta. De ahí la importancia que tienen estas dos obras narrativas dentro de la literatura peruana última: la de abordar el tema del terrorismo desde el corazón mismo de su origen. Por otro lado, los personajes principales de ambas novelas, Adrián Ormache de La hora azul y Félix Chacaltana de Abril rojo, están cercanamente tocados por la violencia: no solo son simples espectadores sino que además adquieren un rol protagónico dentro del contexto de la violencia terrorista; el primero porque el pasado militar heredado del padre lo vincula directamente al terrorismo, y el segundo, por la función que desempeña en Ayacucho, como es la de fiscal distrital adjunto.
En Abril rojo, que la crítica ha calificado como un thriller policial, lo que notamos además es la presencia de rasgos de una narrativa político-policial. Al margen del suspenso y el terror de un thriller, lo que se verifica también en la novela de Roncagliolo es una representación de la violencia terrorista como un fenómeno político-social, cuyas causas se explican a nivel estructural. Y esto se puede contrastar cuando analizamos a los personajes de la novela. Cada uno de ellos representa un elemento importante dentro del engranaje social: el fiscal Félix Chacaltana es el funcionario público formalista, el abogado leguleyo que pretende llevar adelante al país a través de fórmulas jurídicas; el comandante Carrión es el militar que está curtido por la violencia terrorista y que ha visto caer en combate a sus amigos y subordinados, está cansado de la violencia y lo único que desea es olvidarla como se quiere olvidar una pesadilla; Edwin Mayta Carazo representa al militante senderista que entrega su vida por una causa que cree justa, aunque ello significa la desintegración de su familia; su hermano, Justino Mayta Carazo es el personaje civil que termina siendo víctima de todo este clima de violencia y terror. Y así se van configurando los demás personajes, como partes de una maquinaria social que intenta representar no solo a la sociedad ayacuchana, víctima del terror, sino también a la sociedad peruana. En este sentido, Roncagliolo acierta en la construcción de los personajes ya que estos se presentan no como marionetas del narrador que pretender sustentar una ideología determinada, sino como seres reales que nos trasmiten a través de sus acciones el miedo, la violencia, el terror, la angustia, la desazón y la injusticia que le tocó vivir al país como producto del fanatismo senderista.
Otro merito de Abril rojo es la elaboración de una atmósfera de muerte y de miedo. Desde el inicio de la obra vemos asomarse a la muerte a través del descubrimiento de un cuerpo calcinado; pero el clima que más se respira en la obra es el del miedo. A través de los diálogos notamos cómo el narrador va configurando esta atmósfera de miedo. Cuando el fiscal Chacaltana se acerca a interrogar a una mamacha ayacuchana se produce el siguiente diálogo: “Mamacita. Estoy buscando a Justino Mayta Carazo. ¿Lo ha visto? / ¿Quién será pues? / ¿No conoces a Justino? ¿No vives en el pueblo, tú? / ¿Cómo será, pues? / ¿Sabes dónde está esta dirección? / Aquicito nomás, por ahí”.
Por otro lado, a nivel formal, cada capítulo, narrados en tercera persona en su mayoría, está construido de manera tal que atrapa al lector desde el inicio hasta el fin, llevándolo de la mano por todo el camino de la historia. Además, Roncagliolo apuesta por una prosa diáfana, sencilla y directa que contribuye a contar la acción sin pausa ni respiro, otorgándole a la obra una fluidez narrativa impecable; salvo algunos detalles sobre la redacción de los informes del fiscal Félix Chacaltana, que consideramos exagerados, todo el conjunto nos revela a un narrador que en comparación con su novela anterior, Pudor, ha mejorado su capacidad expresiva.
Fernado Castanedo, en una reseña de la novela en mención, publicada en el suplemento Babelia del diario El País de España señala que la “guerra” que se vivió en el Perú durante los años del terrorismo senderista es lo que para los españoles fue la guerra civil española. Salvando las diferencias, tendríamos que corregir que lo que se vivió en el Perú no fue una “guerra civil”, dado que la población civil no se dividió en dos bandos, como en el caso español, sino más bien una “guerra sucia”, en la cual los senderistas aprovechaban su condición de enemigo invisible para desatar su violencia terrorista. Por otro lado, Joaquín Marco, en una reseña que apareció en la página El cultural de España, afirma que un antecedente del fiscal Félix Chacaltana en la narrativa peruana podría ser Pantaleón Pantoja, el protagonista vargallosiano de Pantaleón y las visitadoras. Creemos que un personaje que se acerca más a la psicología del protagonista de Abril rojo sería el personaje principal de Lituma en los andes del mismo autor. Tanto el policía Lituma como el fiscal Chacaltana comparten el desconocimiento y el temor ante el mundo andino y se sienten totalmente desarraigados en una tierra donde reina la incomunicación y la soledad. Ambos son dos personajes que se sienten desconcertados ante “el otro” andino y no comprenden su idiosincrasia y psicología.
La muchacha atravesó la cafetería por entre las mesas. Vestía de negro y su cabello caía negrísimo sobre su espalda. El sonido de sus botas era rápido, pero acompasado. Llegó hasta el muchacho y le soltó una bofetada. Todos voltearon a mirarla, sin embargo ella seguía imperturbable. El chico sólo atinó a levantarse y al ver que ella se disponía a salir, la siguió como un esclavo. Era un muchacho de porte atlético y con el cabello rapado. Vestía una camisa negra, un jean desteñido y unas tejanas. Cuando llegaron a la salida, él la cogió del brazo derecho:
-¿Estás loca o qué te pasa? –alcanzó a decir enérgico.
-¿Qué hacías con esas tipas? –preguntó la muchacha acercándole la cara lo más que pudo. ¿Convenciéndolas para que posen en tus cuadros?
-No son tipas, son compañeras del instituto.
-¿Y qué hacías con ellas?
-Nada, conversando.
-¿Conversando?
-Oye, no empieces con tus celos enfermizos que ya no tenemos nada entre nosotros.
-Necesito hablar contigo.
-Yo no tengo nada de que hablar.
-Es la última vez.
-Mira, desde que dejamos de vernos estoy muy tranquilo y quiero seguir así.
-¡Carajo! –se desesperó la muchacha y sacó una navaja. O me das unos minutos o te jodes conmigo.
-Está bien, déjame sacar mis cosas –dijo el muchacho pensándolo bien.
-¿Cómo has estado? –le preguntó él, intentando ser amable.
-Bien, tratando de arreglar mis cosas.
-Cómo te fue en la clínica.
Ella miró hacia un lado como distraída y se frotó las manos con cierta desesperación. Le incomodaba la pregunta viniendo de él, que sabía muy bien cómo la había pasado en aquel sanatorio.
-¿Todavía tienes el descaro de preguntarme cómo me fue en esa clínica? No te basta con saber que estuve encerrada todo ese tiempo por tu culpa –dijo ella casi alterándose.
-Oye, no me culpes de nada, la única culpable de todo eres tú.
-Sigues tan sinvergüenza como siempre. No has cambiado nada.
-No empecemos, por favor. ¿Qué querías hablar conmigo?
-Nada en especial. Venía a decirte que voy a viajar a Miami y antes quería despedirme. Tengo una tía que me ha conseguido un trabajo allá y ya estoy un poco cansada de este país de mierda. Pero, a pesar de todo lo que ha pasado, yo sigo sintiendo algo muy especial por ti y no quería irme sin antes decirte algunas cosas que durante todo este tiempo he pensado.
-Y, ¿cuándo viajas? –preguntó el muchacho para que ella no se pusiera nostálgica.
-Pasado mañana.
-¿Tan pronto?
-Sí, pero… ¿por qué no vamos a tu casa y conversamos más tranquilos? –le dijo ella acercando los labios a su oído.
-No podemos, están mis padres.
-Bueno, vamos a otro lugar.
-Ayúdame a tomar un taxi –dijo la chica con un tono de súplica.
-Ojalá que todo te vaya bien –dijo el muchacho a manera de despedida.
-¡Ah!, me estaba olvidando algo –le dijo con un gesto de despistada mientras abordaba el vehículo. Lo que te dije sobre el viaje es un cuento, no tengo ninguna tía en Miami, así que espera mi llamada. No creas que te vas a librar tan fácilmente de mí.
22 July 2006
BIEN-BEBIDOS
(A MANERA DE SALUDO)
En una entrevista local había jurado solemnemente no incursionar en la blogosfera literaria, pero ayer, conversando con un amigo poeta, me señalaba la importancia de los medios cibernéticos en los jóvenes y cómo a través de este medio accedían a la información de manera rápida e inmediata. Lo que antes era el diario y la televisión para la generación anterior lo es ahora para la nueva generación. Ese es el sentido de este nuevo blog. Colgar información y novedades literarias y además, abusando de la oportunidad, ofrecer algunos textos míos que no figuran en las librerias y que algunos amigos míos, generosos ellos, se acercan a solicitarme.