POLVOS ILEGALES, AGARRES MALDITOS DE FERNANDO MOROTE O EL ARTE DEL SEXO TRANSGRESOR
POR FERNANDO CARRASCO NÚÑEZ
Si en su primera novela, Los quehaceres de un zángano, Fernando Morote presentaba algunas escenas de encendido erotismo, ahora, en esta segunda entrega, estos cuadros sensuales, apasionados e irreverentes constituyen el corpus medular de la narración. En tal sentido la novela Polvos ilegales, agarres malditos (Lima, bizarro ediciones, 2011) se enmarca dentro de la narrativa erótica, tendencia poco desarrollada en nuestro canon literario. Estructuralmente la novela presenta dos planos. Por un lado sobresale un narrador heterodiegético o tradicional que nos relata diversos pasajes de la vida exagerada de Judas, el protagonista, un ser desenfadado y lascivo. Estas escenas giran en torno a la vida sexual de Judas desde la pubertad hasta su decadencia, pasando por un largo periodo de plenitud y goce extremo al lado de innumerables mujeres; esta etapa de su vida abarca casi la totalidad de la novela. Un segundo plano lo constituyen los breves fragmentos donde se percibe a un narrador autodiegético o protagonista que dialoga y reflexiona con su interlocutor sobre temas vinculados a la vida matrimonial. Estas expresiones, muchas veces provocadoras e irónicas, toman la forma de sentencias o aforismos y funcionan como elemento dosificador entre un cuadro erótico y otro:
“—Después de 14 años de matrimonio, hermano, la única mujer a que no quiero hacer el amor es mi esposa”.
“—Carlos Monzón, el boxeador argentino acusado y condenado por la muerte de su esposa, declaró sin escrúpulos a la prensa: “Yo le pego a todas mis mujeres”.
—Quizás debido a eso es que tantas mujeres se mueren todavía por Carlos Monzón”.
La prosa de Fernando Morote es correcta, además su agilidad y sencillez invitan a una lectura bastante fluida, aunque por momentos brillan algunas imágenes y expresiones poéticas. Notamos que a diferencia de su primer libro este mayor apego a la normativa actúa como un elemento limitante en el texto. Algunas escenas muestran diálogos con frases breves que son utilizados hábilmente para crear situaciones sugestivas o en otros casos manifiestamente descarnadas. Un elemento paratextual que destaca por su recurrencia son los epígrafes con letras de géneros musicales populares que van en sintonía con las pasajes narrados.
Un aspecto importante que debemos subrayar del plano de la historia, puesto que deja entrever un subtexto en la novela, viene a ser el carácter transgresor del protagonista. Y es que Judas siente disposición por el placer sexual con los seres de su entorno familiar. Ya desde la pubertad la madre y las tías le sirven para deleitarse desde su posición de voyerista. En su juventud este rasgo transgresor se manifiesta en su experiencia amatoria homosexual, en sus múltiples encuentros amorosos fuera del matrimonio con todo tipo de mujeres, así como su actitud de acosador sexual en la empresa donde labora. De otro lado, podemos añadir aquí el uso de espacios poco convencionales para el acto sexual como quioscos públicos, automóviles o cuartos de baño. Este personaje cuyo comportamiento tal vez nos remite al campo de los complejos es definido por Fernando Morote, en la nota introductoria, como “un hombre en plena crisis de la mediana edad, procurando su realización personal a través del sexo”. Pero la realización personal y felicidad absoluta a la que aspira Judas es la del placer sexual “ilegal” y constante que en algún momento lo arrastrará, inevitablemente, a su perdición social. Sobre este punto el escritor y ensayista francés George Bataille señala:
“El placer absoluto no es posible sin la transgresión de ciertas normas que todo individuo que busca la realización de sus deseos enfrenta tarde o temprano. He aquí que radica el dilema esencial de su decisión: renunciar a ciertas libertades individuales a favor de la convivencia comunitaria; o transgredir las normas y exponerse a la marginación, a la censura y al aislamiento de la sociedad”.
Como se puede inferir, el protagonista del libro Polvos ilegales, agarres malditos en su afán de alcanzar la felicidad plena opta por el segundo camino entregándose por cuenta propia a la marginación y a la censura social como se puede percibir en los cuadros finales. En suma podemos afirmar que en esta segunda novela Fernando Morote ha echado mano a su talento creativo para mostrarnos con acierto los rincones más oscuros y reprimidos de la condición humana configurando una de esas novelas eróticas notables que muchas veces se tienen que leer con una sola mano. En consecuencia, señores, el placer de la lectura queda doblemente asegurado. Buen provecho.