28 May 2009
EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LA NARRATIVA COLOMBIANA ÚLTIMA: RAFAEL CHAPARRO MADIEDO
25 May 2009
SARGENTO GARCÍA (DESAPARECIDOS)
PRESENTACIÓN DE LIBRO
NARRATIVA COLOMBIANA ÚLTIMA
Mi nombre es Niña Mencha Ramírez, haciendo alusión al instante en que el turco Mebarak disparó semen entre las piernas de una prostituta, mi madre. Soy de las que nunca se afeita, usa jeans ajustados en el culo y carga una Milagrosa en la billetera. Ahorrándome la mitad de mi historia, soy fotógrafa de penes.
Él es Milton Parada, el tipo con la verga más grande que he visto, pero, para mi pesar, tímida ante las cámaras. Es de los que usa “producto” para la caída del pelo, sólo baila merengue y va al psicólogo de vez en cuando. Ahorrándome la mitad de su historia, escribe libros de autoayuda.
Era viernes por la noche, inauguraba mi primera exposición, cuando lo vi salir del baño con esa protuberancia entre las piernas.
-¿Bailas?
-Sí… espera pido una de Juan Luis Guerra.
(idiota)
-¿Te molesta?
-Para nada.
Se alejó y vi sus nalgas redondas y sugerentes que terminaban en dos piernas secas. Pensé que ese pene poderoso en la adolescencia seguramente tomó carne prestada de otras partes para no explotar. Una maravillosa obra de arte.
(bailamos Como abeja al panal)
-Estoy tan cansada.
-¡Qué lástima! Con lo temprano que es.
(pendejo)
-Tengo ganas de algo más relajado, quiero decir…
-Claro… te aburriste ¿La última y te vas?
Esa noche no pasó nada, ni la siguiente. Confesó que era virgo y que la luna en fase menguante afectaba su erección. Sólo hasta el miércoles de la segunda semana, en mi apartamento, conocí sus 30 centímetros de verga empinada. Se portó bien hasta cuando monté mi cámara… ¡Su maravilla desapareció! Qué lástima, se tiró la foto.
Ya había fotografiado antes penes de enanos, travestis, anoréxicos, gordos, fisicoculturistas, ancianos y hasta el de un hermafrodita pero ninguno como el de Milton, claro en su máxima expresión. Quería fotografiarlo, quería esa verga atrapada en mi cámara… El asunto me perturbó realmente.
-No entiendo tus fetiches, ¿por qué no le tomas la foto a otro y ya?
(me recomendó unas terapias en video)
-No es fetiche.
-Mira, es normal, uno siempre tarda en aceptar sus perversio…
-¿Quieres algo de comer?
(en la cocina, flácido, pensé en Juan Luis Guerra)
2.
Perdí la cuenta del número de conversaciones que le soporté sobre losdiezpasosparaserfeliz, sonreírunimándebuenaenergía ytúpuedesseranyelinayoli.
Intentamos sexo tántrico, yerbateros y hasta asesoría psicológica. Funcionó, pero para la foto, nada.
No me di por vencida.
3.
Días antes de mi Segunda exposición, llegó a la casa un interesante artículo en la sección de salud:
Erección postmortem. Consecuencia de ahorcamiento vertical.
21 May 2009
ANDRÉS, EL EMPANTANADO
PRESENTACIÓN DE LIBRO DE JOSÉ ANTONIO GALLOSO
Este martes 26 de mayo, a las 8 p.m., en el tradicional restaurante barranquino Canta Rana(Génova 101, Barranco), José Antonio Galloso presentará su novela Adios al barrio (Alfaguara, 2009). Lo acompañarán en los comentarios Jorge Eslava y Augusto Higa.
17 May 2009
ENTREVISTA A PATRICIA DE SOUZA
UN LARGO ADIOS PARA MARIO BENEDETTI
JUAN CRUZ - Madrid - 17/05/2009
Murió Mario Benedetti. El poeta resistente, que vivió el exilio y la enfermedad (un asma pertinaz, obsesiva) le fueron rompiendo, pero él se mantuvo siempre "en defensa de la alegría". Finalmente, una agonía causada por un fallo intestinal, que hizo deprimentes sus últimos días, le rompieron del todo, y murió ayer a los 88 años, en su tierra, Montevideo. Nació en Paso de los Toros, pero esta urbe que parece un microcosmos literario fue el lugar al que volvió siempre, de todos los exilios. Era al final (y esta expresión la acuñó él) un desexiliado. Pero su alma sufrió las heridas de todos los exilios.
Su muerte se produjo semanas después de su última hospitalización por fallos multiorgánicos que al final le cegaron el humor y la vida; pero había empezado a morir mucho antes; hace tres años falleció su mujer, Luz, con la que vivió toda la vida, en la libertad y en el destierro; él creyó siempre que la enfermedad de Luz, que se olvidaba de apagar las luces de la casa, en Madrid, era una simple distracción, e incluso le compró artilugios con los que dominar las consecuencias de su sordera. El poeta del compromiso, del amor y de la alegría, sintió luego que, en efecto, esas ausencias eran debidas a un alzheimer que inundó la casa de desolación y de huida.
Se fue con ella, de nuevo, a Montevideo, y allí la cuidó hasta que finalmente le dejó del todo. Y le dejó malherido. Benedetti tuvo algunos momentos de alegría después, como cuando Hortensia Campanella, su biógrafa última, le entregó el manuscrito en el que se condensa la vida entera del escritor que nos ha dejado. Él ironizó ante tanto papel, y delante de Ariel, su fiel ayudante, dijo: "¿Tanto he hecho?"
Pero su alma estaba herida; seguía escribiendo, poemas, haikus, animado por su editor de poemas, Chus Visor; tenía la casa llena de literatura; en un tiempo él fue política, enteramente, sus poemas estaban al servicio de la rabia que le produjeron las dictaduras del sur, la suya, la uruguaya, que le persiguió a muerte, y la argentina, que fue cómplice de aquella y también quiso matarle. Mató a un amigo suyo, el líder político Zelmar Michelini, y esta muerte fue un símbolo de las muertes que hubo antes y después en la vida acosada de hombres como él. Luz fue su bastón. Y Palma y Cuba y Lima sus lugares de exilio; a los tres les guardó siempre gratitud; fue un gran defensor de la Cuba de Fidel, por eso mismo, pero jamás utilizó esa afinidad para discutir, en los últimos tiempos sobre todo, lo que en esa revolución que él quiso se fue torciendo.
Era un hombre cordial, enteramente, pero era un tímido absoluto. Los que le conocieron en España le recuerda, por ejemplo, en la Feria del Libro de Madrid, puntilloso, anotando con palotes los libros que firmaba; y le recuerdan rechazando el pescado con espinas y en general las tonterías; era un conversador tranquilo; llegaba a los sitios con su maletita marrón gastada, y dentro llevaba siempre poemas o cartas, en esos momentos en que cumplía compromisos parecía a la vez el escolar que fue y también el oficinista.
Su apariencia era la de un juez de paz, pero nunca hubo paz dentro de su alma, ni siquiera cuando se le vio feliz, con sus manos a la espalda, con su mirada desvaída por las lentillas, con su bigote largo e invariable a lo largo de una vida en la tantos se enamoraron al tiempo que recitaban sus poemas o escuchaban las canciones que hicieron con sus versos su paisano Daniel Viglietti y el catalán Joan Manuel Serrat. Con Viglietti tiene una anécdota que se parece a algunas de las que le convertían también en un escolar huidizo al que le asustaba la fama, al tiempo que le agradaba que algunos, ante sus recitales multitudinarios, le dijeran que parecía una estrella de rock.
Hubiera sido incapaz de cantar, pero un día se encontró con Viglietti en París, en un aeropuerto, y Daniel le dijo a Mario: "Estoy haciendo música para sus poemas". "Y yo estoy haciendo poemas". Entonces el poeta se quedó pensando, y añadió, riendo como reía, como para no molestar: "Tenemos que hacer algo con esta casualidad". De esa casualidad nacieron conciertos, libros; eran como dos en la carretera; cuando vimos a Viglietti en Montevideo, en el entierro de Idea Vilariño, a mediados de abril, la gran amiga generacional de Mario, el cantante nos dijo: "Y lo de Mario. Estamos tan mal, y vamos aún a lo peor".
Se apaga la voz de su compañero, pero quedan la voz de las canciones.
Montevideo fue su último sitio, y fue casi el primero. Su largo recorrido por la vida conoció una interrupción terrible, cuando los médicos le detectaron tumores que aconsejaron operación, en el Hospital XII de Octubre de Madrid. Allí le atendió, entre otros, el doctor José Toledo, que le conocía, y todo el mundo se desvivió por él como si no fuera tan solo un enfermo sino un padre, o un hermano, el hombre que había iluminado con sus versos (de amor, de política, de tierra, de aire) la vida de cualquiera. Un día, poseído por el dramatismo al que a veces lo llevó su pesimismo, el que también está en sus poemas, y en sus narraciones, Mario decidió abandonarse.
Como hubiera dicho Idea, que le precedió en la muerte, empezó a decir para qué. Detrás de esa decisión de no seguir hay algunos versos, como estos: "Me he ido quedando sin mis escogidos/ los me dieron vida/aliento/paso/ de soledad con su llamita tenue/ y el olfato para reconocer/ cuánta poesía era de madera/ y crecía en nosotros sin saberlo/ Me he quedado sin proust y sin vallejo/ sin quiroga ni onetti ni pessoa/ ni pavese ni walsh ni paco urondo/ sin eliseo diego sin alberti/ sin felisberto hernández sin neruda/ se fueron despacito en fila india".
En ese clima de desolación en el que lo pusieron la enfermedad y su porvenir Mario descuidó su aspecto, dejó de afeitarse, y alguien le dijo, una madrugada: "Así no puedes estar. Tú eres guapo, un hombre así parece enfermo. Ya no lo estás". Le bastó. Al día siguiente se rasuró del todo, se puso de limpio, y cuando este amigo le visitó otra vez y se hizo el distraído sobre su nuevo aspecto, el viejo poeta revivido le llamó la atención y le dijo:
-¿No te has fijado que hoy sí me afeité?
Era un hombre insobornable, el más comprometido de su tiempo. Su muerte deja en silencio mustio su época, su ejemplo y la raíz de sus versos. Pero los muchos que le cantan no lo dejarán, como él decía del verdadero amor, en lo oscuro.
VARGAS LLOSA Y LOS ESCRITORES MALDITOS
16 May 2009
NUMERO PRIVADO O LLAMADA DESCONOCIDA
Ahora bien, que no apareciera el número de quien hacía la llamada, sino la palabrita “desconocido” también fue eficientemente explicado por una amiga que me hizo recordar que, cuando las llamadas se hacían desde un locutorio o cabina pública, se procedía a esconder el número para evitar la devolución de las llamadas al locutorio. Podía ser, es más tenía que ser así. Aunque también estaban los que yo llamo extraterrestres, que son quienes esconden su número porque se consideran demasiado importantes y constantemente acosados por sus admiradoras. De todo hay en este mundo ancho y ajeno.
No obstante, esa casualidad podía suceder alguna que otra vez por semana, digo en la peor de las casualidades; mas, en mi caso, las llamadas equivocadas se fueron repitiendo cada día y con una secuencia de dos y hasta tres por jornada. El teléfono vibraba, aparecía la palabra desconocido, yo apretaba el botoncito verde para recibir la llamada, decía aló, y listo, conexión cortada.
Entonces pasé a la segunda y más humana fase, aquella en la que se comienza a hacer una lista de posibles sospechosos. Katherine me iba dando nombres de conocidos y me mencionaba también los circuitos que frecuentaba para que yo cogiera al vuelo algunos sospechosos. Claro, ingenuo yo, no me daba cuenta que, de paso, ella iba haciendo también su propia lista de sospechosas con las que yo podía estar enredándome como para que me hagan llamadas de ese tipo. Pero cómo darme cuenta de la segunda caída si las mujeres, en general, suelen tender sus trampas con habilidades de hechicera.
Por varias semanas creí, quise creer, necesitaba creer, secretamente, que las llamadas desconocidas eran de Margarita. Aun cuando todo ya estaba terminado entre los dos desde hacía tiempo, y de que ella había escogido su camino e ignorado los últimos puentes que le había tendido. No sé, ella a veces tenía sus arrebatos de amor y de locura. Sin embargo, poco a poco, entre llamada y llamada desconocida, y el aló, alórutinario, fui entendiendo que no era ella. Lo cierto es que la última vez que vi a Margarita estaba tan repleta de ella misma que, por mucho tiempo, iba a ser totalmente incapaz de hazañas románticas como la de llamar y colgar por amor.
Paulatinamente, las llamadas fueron organizándose a dos por día, una por la mañana y otra por la noche, raramente por la tarde. Yo sacaba el teléfono y contestaba con la tranquilidad de quien se sabe de memoria la rutina. Semanas después, Katherine terminó por hacerme una escena y reñimos porque ella me pedía que le diera el teléfono para que contestara, y yo no quería. Qué sé yo. Me estaba acostumbrando a esas llamadas. No digo que Katherine se haya marchado por culpa de esas llamadas. Seguro que ya había demasiados motivos previos y que yo me había ganado su abandono a punta de desplantes y distracciones. Katherine sencillamente me dejó. Por supuesto que me hizo una última llamada desde su teléfono móvil y su número apareció en la pantallita de mi celular: nítido. Me llamó para decirme que ella era lo suficientemente madura para decir adiós sin apelar a números escondidos. De paso, me espetó que yo fuese tan inmaduro o demente como la persona esa de las llamadas escondidas. Se acabó y punto. Katherine se apartó de mi vida y yo me quedé, otra vez, navegando a solas.
Ya no me importa realmente saber quién está detrás de las llamadas. Hace unos minutos volvió a vibrar el celular y confieso que estaba extrañándola. Por supuesto que se cortó a los dos segundos de haber dicho aló. ¿Quién puede tener tanta persistencia? Más tarde saldré a tomar una copa con un amigo que ha llegado desde muy lejos y quizás vayamos a visitar a otros amigos. Será una buena noche. Las noches de Lima cada vez están mejor. Ahora bien, en algún momento tendré que volver a casa y ya será muy tarde para escribir o para leer un libro. Habrá que tomar un lexotán para dormir un poco porque al día siguiente hay que hacer mucho y de todo, no hay que quedarse quieto. Seguro que antes de las diez de la mañana vibrará el teléfono con el número desconocido. Yo, lo reconozco, contestaré con la exultación demencial propia de un hombre que ya está tan acostumbrado a esas llamadas que, si faltara, digo se dejara de llamar, no sabría qué hacer con los largos días.
12 May 2009
11 May 2009
BIZARRO EDICIONES EN BOGOTA
09 May 2009
OSWALDO REYNOSO EDITADO EN ARGENTINA
DOS DEL SAQUE: PRIMEROS AÑOS
Quiero empezar preguntándote por tus lecturas, aquellas que precedieron la composición de Los inocentes.
Tuve la fortuna de tener un padre lector. Tenía una buena biblioteca y además compraba mensualmente las revistas que llegaban a Arequipa, incluso revistas extranjeras como la chilena Zig Zag. Recibíamos también una revista argentina, dirigida al público femenino, que después de muchos años me enteré que allí colaboraba Jorge Luis Borges, con diferentes pseudónimos.
Teníamos la colección completa de Mundial, Variedades y Amauta. En estas revistas leí por primera vez a César Vallejo, Mariátegui, Valdelomar, Sánchez y otros importantes escritores. Además contábamos con los libros de la Editorial Ercilla, Sopena y Tor que llegaban directamente a Arequipa de Argentina y Chile. Creo que estas editoriales fueron las primeras en introducir no sólo en el Perú sino en Latinoamérica la literatura europea del siglo pasado y de comienzos de éste. En la biblioteca de mi casa disponía pues de muy buenos libros que leí con gran avidez.
¿Fue tal vez una lectura variada e incluso dispersa? ¿Qué importancia tenía para ti la literatura?
Mi primer contacto serio con la lectura literaria fue en la Biblioteca de Arequipa, que estaba dirigida por un poeta callado y un poco hosco: César Atahualpa Rodríguez. Pero la señorita que atendía era hermana del pintor Vinatea Reynoso, y como nos consideramos parientes me atendía muy bien. Me orientaba y ofrecía ciertas facilidades para poder entrar y escoger directamente los libros de los anaqueles.
En quinto de secundaria tuve amistad con los poetas Efraín Miranda y Aníbal Portocarrero. Con ellos leía poesía francesa y española contemporáneas. Pero yo prefería a los poetas malditos y a Rilke. Desde esos años no he dejado de leer poesía y prosa en forma alternada. En narrativa me inicié con Zola, Sartre y Gide. Y así comencé con el agradable y terrible vicio de la lectura.
Terminada tu secundaria vienes a Lima, ¿no es cierto? Qué recuerdas de tus primeras experiencias en la capital.
En Lima sigo escribiendo poesía y publico un librito, Luzbel. Pero uno de los acontecimientos más importantes de mi vida es el ingreso a La Cantuta. Allí conozco a Manuel Moreno Jimeno y a José María Arguedas. Arguedas me introdujo en cierta forma a la literatura peruana, más propiamente a la campesina y al folklore, tan venidos a menos en la aristocrática universidad arequipeña. Por su parte, Manuel Moreno Jimeno profundiza y amplía mi formación en la literatura europea de vanguardia. Era muy exigente y tenía gran erudición no de frío académico sino de ardiente poeta. Recuerdo que en sus cursos apenas éramos cuatro alumnos lo que le permitía ejercer un estricto control de nuestras lecturas de tal manera que para cumplir con sus exigencias nos pasábamos todo el día leyendo.
Esta formación me permitió tener un conocimiento profundo, meditado y sobre todo vivo de literatura.
DOS MÀS, BIEN FRESCAS: LOS INOCENTES
¿Recuerdas en qué circunstancias empiezas a escribir los relatos del libro? Tal vez bajo la influencia de alguna lectura o experiencia particular.
En esa época me impresionaron mucho el Ulises de Joyce y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. De la literatura peruana, algunos cuentos de Diez—Canseco, La casa de cartón de Martín Adán y ese hermoso cuento de Arguedas, "Warma Kuyay". Esto me llevó a escribir algunos relatos; el primero, tal vez, una historia enrevesada de sueño y embriaguez, muy al estilo de Stephan Dédalus.
Como estudiante de La Cantuta algunos compañeros me hablaban de los barrios de Lima, de una vida distinta a la provinciana. Me interesó ese ambiente. Yo vivía en La Cantuta durante toda la semana y los viernes venía a Lima al Palermo y luego me daba algunas escapadas a bares, billares y cantinas de barrio. Ahí fue que comencé a perfilar personajes, atmósferas y a sentir la necesidad de escribir sobre eso.
Preocupación que continuaste más tarde como docente, aprovechando las pericias de tus alumnos ¿no es verdad?
Sí. Cuando volví a los dos años de egresado a La Cantuta como profesor estas experiencias se enriquecieron y obtuvieron más profundidad vivencial con la lectura de los trabajos de composición de mis alumnos limeños y sobre todo cuando los fines de semana dejaba mi reclusión cantuteña y profesoral y me iba con ellos, como un compañero más, a recorrer cantinas de mala muerte, billares, quintas con tono y jarana, esquinas de barrio y ahí paro de contar para no excitar el celo de los eternos comisarios de la moral que ya desde esos lejanos años siempre han querido enlodar la plena y natural felicidad de mi vida.
¿Eran sólo desarreglos de fin de semana o germinaba ya un propósito literario?
No, gran parte de la travesía que hace "Cara de Angel" —por ejemplo— por el jirón Moquegua y luego se echa en la Plaza San Martín, era una travesía que yo realizaba naturalmente, sin ninguna intención de experiencia literaria. Desde entonces siempre he tenido un estilo muy natural de vida, de juego, de aventura.
Pero concebido el libro, digamos que adquieres una voluntad para orientar tu creación al ordenamiento de un conjunto de historias cerrado, orgánico, tal como se presenta el libro Los inocentes.
No, primero escribí "Cara de Ángel" y se lo mostré a Manuel Moreno Jimeno. Le gustó mucho. Luego lo leyeron Arguedas, Javier Sologuren, Luis Alberto Ratto. Ellos me dijeron que estaba muy bien y que por qué no escribía otro; entonces, ahí mismo, saqué otro personaje y lo desarrollé. Después escribí otro y otro.
Con "El Rosquita", por su carácter concluyente y reflexivo, transparente en postulados del autor, supongo que debiste actuar de manera distinta.
Sí. Cuando noté que ya era suficiente, me dije: bueno, hay que terminar, hay que rematar con un cuento.
Y por eso permites que tu voz aparezca opinando, comprendiendo esos dramas, indultando...
Sí, había que concluir todo y necesariamente tenía que dirigirme a esos personajes.
Es cierto, meditas sobre los personajes pero te diriges también al lector en defensa de ellos. ¿No es así?
Sí, es verdad y la clave de esto la encuentro en Jean Genet, por eso el epígrafe de Los inocentes[1] es una hermosa frase de este autor maldito. Y creo que esa cita da el sentido global del libro.
¿Terminado el libro se lo entregas a Sologuren para su publicación?
Primero se le enseño a Moreno Jimeno, quien me sugiere que se lo entregue a Sologuren. Le di una copia a Sologuren y otra a Arguedas, a él le gustó mucho y escribió el artículo que se incluirá después como prólogo.
¿No había aparecido aún el libro? Porque el texto está fechado meses después.
No, no había aparecido. Arguedas lo escribió luego de leer los originales pero se publicó después en "El Comercio".
¿Qué recuerdas de la primera edición del libro?
"La Rama Florida", de Javier Sologuren, sólo editaba poesía pero se decidió a publicar Los inocentes. Por otra parte, en La Cantuta había un alumno que seguía Matemáticas y Física y era un gran dibujante, un gran pintor. Le pedí que me hiciera la carátula. Pero era tan tímido que me dijo que no, que le habían gustado mucho los relatos y que sólo me haría unos apuntes de cada uno de los personajes. Cuando Ruiz Durand me las entregó, me dijo: la carátula puede ser ésta. Esa fue la carátula de la primera edición (y también su primera carátula); tan hermosa que recibió la aprobación inmediata de Javier Sologuren.
Cuando apareció el libro hice un convenio con Ruiz Durán. Recuerdo que estábamos celebrando en una cantina de Chosica, el City Hall, y le dije: no sé cuántos libros publicaré en mi vida, pero te ruego que todos los ilustres. Salvo en dos ocasiones, esa promesa no se ha cumplido.
¿Fue el poeta Wáshington Delgado, director de la nueva colección de "La Rama Florida" que Los inocentes inauguraba2 , quien escribe el texto de la solapa?
No. Sologuren me había pedido una notita para la solapa y una noche llegué al Palermo con algunas ideas dispersas y cuando estaba tomando unas cervezas con unos amigos apareció Hugo Bravo. Con él nos fuimos a otra mesa y seguimos tomando; allí escribimos esa notita medio borrachos. Cuando se la di a Sologuren se me olvidó darle el nombre de Hugo y apareció sin firma.
Es el texto que luego reproduce, parcialmente, la edición de Scorza y sin referencia alguna.
Sí, ese fue uno de los grandes errores que cometí... no errores sino olvidos. Hugo Bravo medio que se molestó, pero yo le expliqué y en la segunda edición reproduje, efectivamente, la nota y puse el nombre de Hugo Bravo. Desgraciadamente en la imprenta se olvidaron también del nombre. A lo largo de los años siempre le he explicado a Hugo estos olvidos y él siempre me ha sonreído. Magnífico amigo.
¿Cómo fue acogida la primera edición? ¿Se publicaron comentarios, reseñas?
Salió el artículo de Arguedas casi enseguida, en "El Comercio", y luego Manuel Baquerizo hizo un comentario.
¿En dónde fue publicado, te acuerdas?
No sé si lo llegó a publicar. El llegó una noche al Palermo con un comentario escrito, muy entusiasta, que intentó publicar en "El Comercio". Como ya estaba el de Arguedas no tuvo cabida y después no supe si consiguió publicarlo en otro sitio. Luego hubo una nota de Sebastián Salazar Bondy, que yo leí en Venezuela —donde radiqué un tiempo— en una Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Seguramente reproducida de la columna que tenía Salazar Bondy en "La Prensa".
Bueno, esa primera edición tuvo una tirada corta —creo que llegó a mil ejemplares— y podría explicarse la poca repercusión que tuvo este libro, tan provocador y detonante para la época. Pero, ¿qué ocurre con la edición popular y masiva de Scorza?
Sucede que Sebastián Salazar Bondy, que asesoraba a Scorza, le sugiere la publicación del libro y se lanza un gran tiraje. Pero antes "Populibros" me pidió que le cambiara el título, porque Los inocentes no era muy comercial. Luego de un tire y afloja propuse Lima en Rock, pero con la condición que se conservara su primer título. Las posteriores ediciones han respetado el primer título.
El libro causa gran impacto y hasta hubo protestas en la Municipalidad de Lima, que quiso quemar el libro y se intentó quitarme la condición de profesor por haber escrito un libro tan indecente que iba a corromper a la juventud. Sin embargo, con el tiempo las cosas han cambiado tanto que ahora los cuentos de Los inocentes aparecen en textos para secundaria y se leen y comentan desde primero de media. Recuerdo que en esos años de oscurantismo yo me defendía diciendo que éramos los mayores los que teníamos que cuidarnos de la juventud que quería corrompernos.
¿Hubo comentarios en revistas y periódicos?, ¿conservas ese material?, ¿qué recuerdas?
Sí aparecieron comentarios en algunos periódicos. Tenía algunos recortes, pero como he viajado tanto y he estado acá y allá, se han ido perdiendo. También algunas personas, hace años, le pidieron a mi hermana que se los prestaran porque querían hacer un estudio, pero nunca se los devolvieron.
Con excepción del inteligente artículo de Arguedas, yo sólo he leído comentarios en diccionarios o manuales de literatura.
Sí, al parecer es todo lo que queda de esa época. Pero luego viene un estudio de Miguel Gutiérrez. Y en cuanto a diccionarios, me ha dado mucha pena leer referencias no a mi obra sino críticas muy solapadas y fariseas a mi vida privada3 .
La edición de "Populibros" añade un vocabulario que la tercera reproduce. ¿Fue tuya la idea de incluir este apéndice y más tarde, en la cuarta edición, suprimirlo?
Sí. Cuando estuve en México llevé el libro y René Avilés Fabila, escritor mejicano, me dijo: ese glosario sobra, yo he entendido perfectamente el libro sin revisar esas páginas. Así que yo lo retiré en las ediciones sucesivas.
De la primera a las ediciones posteriores, ¿has corregido algo?
Nada, absolutamente nada.
LAS DOS FINALES: ENTRE LOS MIEDOS Y EL PLACER
No, no había reparado en eso; simplemente escribí.
Porque los ejes psicológicos de la adolescencia son notorios en tu libro: la familia, el hogar permanentemente desestructurado; la referencia al colegio y luego el barrio, el salto a la calle... Pareciera todo elaborado.
Es simplemente observación de nuestra realidad. Porque la familia en proceso de destrucción y el colegio con sistemas, métodos y organizaciones caducas y hasta cierto punto represivas no le permiten al adolescente un ambiente propicio para el desarrollo pleno y limpio de su naturaleza. El joven por intuición descubre que ese ambiente sólo lo encontrará en la calle y con los amigos de su barrio.
Podríamos sumar un motivo de reflexión. ¿No crees que la familia y el colegio son instituciones con proyección al futuro, cada vez más imaginarias y que persiguen un horizonte que tus adolescentes no divisan; mientras que para ellos la calle es el presente, lo feroz e inmediato, la urgencia por sobrevivir?
Sí, efectivamente. Y esta experiencia callejera desarrolla su inteligencia precisamente para sobrevivir pero entorpece el desarrollo de sus facultades de elucubración teórica, abstracta.
La necesidad de imponer un líder, el Choro Plantado, no parece casual en la vida de esa collera. Hay otros aspectos que intentan, bien leído el libro, una radiografía juvenil: los temores, la ambigüedad en sus conductas, el regusto por la soledad...
En el fondo creo, no en los demonios interiores sino en una cierta forma de transferencia profunda; me parece que una experiencia o un sentimiento personal yo los transmuto a través de personajes que conozco. En realidad, yo me reconozco en todos ellos, tanto en el Choro Plantado como en Cara de Ángel. Es una manera de expresar, a través de múltiples máscaras, lo que en el fondo soy.
No sé si es errado pero me parece que hay un signo fatalista en todos los personajes; están marcados por la frustración, sin horizonte. Sólo buscan ser adultos muy pronto para poder sobrevivir en una ciudad tan inhóspita.
Mira, en el fondo no es sino como te digo: mi propio problema personal, es decir el conflicto entre el bien y el mal, expresado en diferentes circunstancias y personajes. Por eso, no sé quién me dijo que todo lo que yo escribo es en cierta forma parecido. Cuando me preguntaron por qué escribía, recuerdo que la primera respuesta que di fue que escribo precisamente para saber por qué escribo.
Mencionaste el problema del bien y el mal. ¿Cómo ha sido tu relación con la religión?
Mi padre era muy religioso. Tenía su imagen predilecta en una iglesia, y cada vez que iba a trabajar entraba y rezaba. Yo lo acompañaba, a veces, y tenía que detenerme a rezarle al señor. Me eduqué en un colegio de curas pero después viene un rompimiento total.
El erotismo y la experiencia religiosa intensa son emociones cercanas, así lo cree Bataille. ¿Le encuentras alguna relación con tu vida?
Siempre me he considerado un ateo sexual, porque dejé de creer en Dios después de mi primera masturbación frente al mar. Esta experiencia de inicios de mi adolescencia la he narrado en varias formas en los relatos que he escrito en los últimos años.
Mi primaria la hice en un colegio de Hermanos Cristianos de La Salle y la secundaria en un colegio de padres franciscanos. Recuerdo que había un hermano que nos hablaba mañana y tarde de los horrores del infierno. Nos hacía poner la mano sobre la llama de una vela y cuando la retirábamos para no quemarnos nos decía: el infierno son millones de millones de velas que arden eternamente y en su puerta hay un gran letrero que dice: por siempre jamás, es decir para toda la eternidad. Luego nos hablaba de los pecados y ponía un especial regusto en describir con detalle los diferentes pecados de la carne que podían acosarnos. Para terminar la función nos hacía levantar la mano derecha al estilo fascista frente al altar mayor para hacer la renuncia a Satanás y a la carne y la entrega de nuestra propia vida si alguna vez pecábamos sobre todo contra la carne. Antes la muerte que el pecado, resonaba nuestra promesa en la oscura y abovedada iglesia de sillar.
También el erotismo, continuando con Bataille, nos conduce a la soledad y el deseo erótico es la trasgresión de lo prohibido. Pienso en algunos de tus personajes y creo que es cierto. ¿Qué opinas?
Sí y te contaré una anécdota personal. En un verano, con algunos amigos fui a las playas de Mollendo. Recién asomábamos a la adolescencia, pero como nos sentíamos hombres tomamos pisco. Esta fue mi primera borrachera. Luego, en la noche, frente al mar, la fiesta tenía que terminar con una masturbación colectiva. Para no recibir las burlas de mis amigos tuve que masturbarme y resignarme a quedar muerto por la mano de Dios. Nos quedamos dormidos sobre la playa, pero cuando ya me creía descendiendo a los infiernos, la brisa del mar me despierta. Abro los ojos y descubro que el mundo era más hermoso de lo que hasta antes de la masturbación me lo había imaginado, y estoy vivo y siento el olor fuerte del mar y desnudo corro al encuentro de las olas gritando: ¡Dios no existe! Claro que esa mañana había matado a Dios, pero no había resuelto el problema del bien y del mal.
Sin embargo, en el ámbito sexual todos los personajes del libro aparecen reprimidos o frustrados. No hay culminación amorosa en ninguno de ellos. Son rechazados por la mujer a la que creen amar o engañados, burlados. Incluso en el caso del Choro Plantado, el líder al cual ellos dirigen su mirada y su conducta, padece lo mismo. En qué medida ese conflicto sexual va a orientar sus vidas, formarlos machistas, educarlos moralmente.
Mira, a mí me parece que el problema no es solamente el machismo. El problema también radica en la misma naturaleza del amor. No se trata ya de una relación de hombre y mujer, sino de la relación de dos seres que buscan el amor. En mi libro aparecen hombres y mujeres, pero yo no tenía el suficiente conocimiento como para penetrar en el espíritu de la mujer, aunque sabía que las mujeres tenían esos mismos sentimientos de frustración y quizás más terribles. La mujer es más fuerte, construye más trincheras.
Si hiciéramos un registro de todos los personajes del libro, poniendo de una lado los varones y de otro los femeninos, y los evaluáramos uno se queda indudablemente con los personajes masculinos. Las mujeres aparecen tramposas, estafadoras en el amor y como elemento de discordia. ¿No te parece que todas ellas están revestidas con características negativas?
Lo que sucede es que en el Perú hay una percepción machista de la realidad. A los hombres se les permite todo porque son muy machos. Dentro de este código pueden masturbarse, tener tratos con prostitutas, engañar a sus enamoradas, novias, esposas con otra mujer y hasta con otro hombre. Y no pasa nada: siguen siendo machos en cambio con las mujeres funciona otro código: si se les ocurre sonreír a un desconocido guapo de frente se le califica de puta y además de desvergonzada. Y esto es precisamente lo que se refleja en mis relatos.
De acuerdo, pero a ellos no les hace feliz esas relaciones codificadas e incluso las rechazan, porque están en procura de una relación mejor. Todos sueñan y desean una muchacha, una relación amorosa estable pero esa posibilidad fracasa y siempre por mediación de una mujer. No sólo las novias, también la madre de Cara de Ángel —por ejemplo— y hasta Manos Voladoras —metonimia de la mujer— a quien el Príncipe culpa de su tragedia. La respuesta a todo eso es refugiarse en la soledad, en mi opinión, el gran tema del libro.
Sí, qué curioso. Eso es lo que una vez mi hermano mayor Juan me dijo y me quedé sorprendido. En realidad, yo no había tomado en cuenta eso. Te lo repito: es una concepción inconsciente, profunda. Yo siempre he sido un hombre solo. He vivido en una soledad que he querido, aparentemente, destruirla rodeándome de amigos. Un personaje de Scott Fitzgerald se empeña en dar tumultuosas fiestas en su residencia, porque dice que es la única manera de sentirse solo. Y esto ha sucedido también conmigo. Siempre me gustó estar en Palermo con mucha gente en la mesa y cuando he tenido dinero mi cumpleaños lo celebraba con muchos amigos. El record lo obtuve en Beijing: ciento cincuenta invitados. Este año, solo con mi sobrina y mi cuñado. Pero en uno y en otro caso siempre me he sentido solo. Yo también creo que el tema fundamental del libro y de todo lo que escribo es la soledad.
"El Rosquita" es el caso más claro: penetra en el personaje y nos permite conocerlo en su intimidad. Los otros personajes están más jalonados por la vida callejera, los actos, los amigos. Y es evidente la conducta de cada uno de ellos frente al grupo, no sólo distinta sino opuesta a lo que sienten cuando están solos. Ellos sufren precisamente porque son conscientes, reconocen sus carencias y sus debilidades, pero hay una necesidad por aparecer muy sólido ante el resto. Yo diría que incluso en el Choro Plantado.
Exactamente. El Choro Plantado en el fondo soy yo. Los relatos son mis propias profundidades que se expresan a través de diferentes personajes.
A quienes bautizaste con apodos y tú los explicas, manifiesta o sutilmente, pero no ocurre lo mismo con el Choro Plantado. Lo de Choro, claro, él es un asesino pero por respeto los del barrio lo llama benignamente ratero; pero lo de Plantado.
Sí, plantado es la persona que deja de hacer algo. Es decir, era ladrón y se plantó, ya no sigue.
Y como él, cuando juega, también crees en la inspiración.
No es la inspiración, es el riesgo. Estos cuentos, como todo lo que escribo, los he hecho sin ningún plan, sin un mapa, sin una ruta. Para mí la escritura es una aventura. Aventura en el sentido de placer: adónde tú no sabes vas a llegar. Me siento a escribir y no sé qué voy a escribir, y a veces me encuentro con que el relato puede tener varios caminos. Un relato puede desviarse por un lado u otro, puedo tomar un personaje y desarrollarlo o no. En este momento es cuando viene el gran riesgo de la aventura... El escoger una técnica o probar otra, para mí es un acto inconsciente y placentero.
Aventura feliz porque Los inocentes me parece técnicamente adelantado en nuestro medio y para esos años.
Yo no me propuse hacer nada de eso. Me encontraba frente al mundo que descubrí en Lima que no era más que el descubrimiento de mi propio mundo interior y sentí la necesidad de expresarlo con las técnicas más apropiadas aprendidas en las obras de Joyce, Proust, Faulkner, Hemingway, Sartre, Genet y Gide, el de los Monederos falsos.
Y empleaste un lenguaje cercano al de Martín Adán. Las frases, la cadencia, la adjetivación parecen tener una impronta de esa maravillosa novela poemática de Adán.
Sí, de La casa de cartón porque lo que más me entusiasmó fue su lenguaje. La estructura y el ritmo de la frase, la puntuación, el uso del adjetivo me estremecieron más que el ambiente o los personajes. Además, hay tres escritores más que descubrí cuando estudiaba en La Cantuta: Azorín, Gabriel Miró y Juan Ramón Jiménez. De ellos tal vez aprendí el empleo de la puntuación y la adjetivación. Siempre los he utilizado cuando en mis clases de redacción, por la economía y el empleo genial de los signos de puntuación, de la estructura de la frase y el ritmo.
Lo que yo encontraba entonces en los escritores peruanos era un desprecio por el lenguaje. Arguedas, por ejemplo, no le da mayor importancia a ese aspecto; claro que él usa formas quechuas, pero desde el punto de vista estilístico, artístico, hay partes en las novelas de Arguedas que son totalmente aburridas.
¿Ese placer por el riesgo, esa aventura que reivindicas, no se resiente en el proceso tan racional de la corrección?
Al contrario, la corrección es lo más agradable porque tú vas encontrando nuevas dimensiones al lenguaje. No es una corrección enteramente racional, académica, sino viva y de gran riesgo. Al final, todo lo apuestas en el simple cambio de una palabra o en la colocación de un punto y coma en lugar de un punto seguido.
Tu preocupación por el lenguaje, ¿no es también una deuda de tu ejercicio poético? Hay realmente unos relieves poéticos en la narración que le dan una textura especial al discurso.
Es mi formación poética. Cuando yo leo a un escritor peruano lo primero que veo es el manejo de la prosa. Siempre me he cuidado de no caer en lo prosaico; porque ahora con el cuento de la oralidad mal entendida y pésimamente empleada se ha descendido de un realismo burdo y chabacano de ambiente y personajes a un fotografismo chato del lenguaje de cualquier nivel social que está produciendo textos de engorrosa lectura y lo más grave de mal gusto idiomático. ¡Una lástima! Por ejemplo, me he quedado espantado con el último libro de Bryce. En tres líneas hay cuatro adverbios terminados en "mente". Yo no sé cómo puede decirse que es un gran escritor. Por eso yo aprecio mucho a Vargas Llosa, él sí es un buen prosista. En La casa verde hace un uso extraordinario del "que", lo repite en los párrafos pero tú ves ese aliento, esa maestría, ese artificio del empleo. Pero la prosa de otros narradores pueden ser interesantes por el tema, por el personaje, por descubrirte una realidad, pero el lenguaje no es un instrumento artístico.
En Los inocentes hay dos líneas de lenguajes definidos: uno "culto", alturado, que proviene del narrador; y el otro vulgar, literaturizado claro, que pertenece a los personajes. Pero en ambos, con las jergas y lisuras que empleas, hay una vibración poética. ¿Tuviste dificultades o reparos en su redacción?
Efectivamente, en Los inocentes empleo dos niveles de lenguaje: el del narrador y el de los personajes. En el primero utilizo la tercera persona a excepción del último relato donde me dirijo a uno de los personales. Este es un tipo de lenguaje que podríamos llamar "literario" porque hay una manifiesta intencionalidad estética; en el segundo, el de los personajes, utilizo la jerga pero en su nivel poético al estilo de Jean Genet. Ya Sartre dijo que en la jerga había encontrado gran poesía, de la buena, de la verdadera. No tuve entonces absolutamente ningún reparo en utilizar palabras subidas de tono. Lo que sí me interesaba mucho era la imagen visual, la imagen olfativa y hasta la imagen del sentido táctil.
En mi segundo libro En octubre no hay milagros empleo el mismo procedimiento. En el tercero, El escarabajo y el hombre, estos dos niveles no se presentan en forma alternada en el mismo relato sino en bloques separados.
Si has mencionado tus libros siguientes, por qué no nos confías algo sobre el libro que vienes trabajando.
Actualmente estoy escribiendo una noveleta experimental. En el relato en primera persona de un joven de diecisiete años y pobre mezclo los dos niveles en la misma narración, de tal forma que el texto transcurre en un nivel "literario" pero combinado con el nivel jergal como para ir llamando la atención al lector de que el que relata es un joven pobre de Comas que habla en jerga. No sé cómo saldrá esta experiencia. Podrás ver que sigo con la aventura en la creación. Aventura y creación que me proporcionan el ejercicio más completo de la libertad y el máximo placer de la vida.
Todo este conjunto de manifestaciones que va de Los inocentes a lo que escribes hoy no fue y es para ti una terapia personal, una forma de sacar o profundizar tus conflictos personales. De otro lado, ¿no es también una especie de revancha social, de rechazo a esta sociedad y de afirmación socialista?
Exactamente, pero lo más curioso es que es un libro también rechazado por la izquierda. En cuanto a la moral hay una gran similitud entre los dirigentes comunistas y los curas. Y no es sólo una actitud sectaria sino una moral vergonzante. Los sectores más conservadores hablan de la rectitud del sexo, de la represión sexual al igual que los dirigentes comunistas.
¿En qué medida tus adolescentes —ese proceso de crecimiento y de maduración que experimentan— no son también una reflexión sobre el desarrollo de la ciudad de Lima?
Claro, eso es. Te agradezco por esta reflexión que me propones pues nunca antes me la habían planteado.
LA DEL ESTRIBO: CODA
¿Pensaste o piensas ampliar el libro, desarrollando tal vez otro de los personajes?
No, así como está debe quedar.
Satisfecho con Los inocentes, con la vigencia de la plena salud que gozan tus adolescentes. ¿Era lo que esperabas del libro?
Sí, el libro ha cubierto mis expectativas porque he tenido algunas experiencias que me han emocionado mucho, como la de escritores jóvenes que comenzaron a escribir en secundaria cuando lo leyeron.
¿Te sigues sintiendo uno de la collera?
A pesar de que ya he cumplido los sesenta y dos años, en este Perú de ahora tan violento donde casi todos son culpables, yo, de verdad, me siento inocente, porque nunca he dejado de ser joven y de gozar con la creación literaria.
[1] "Yo tenía dieciséis años... / en el corazón, pero no tenía / ni un solo lugar dónde colocar / el sentimiento de mi inocencia".
2 En la retira de la portada figura en la parte superior: EDICIONES DE
3 Se refiere al Diccionario Histórico y Biográfico del Perú, dirigido y editado por Carlos Milla Batres en España, Bilbao, 1986.